Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

lunes, 23 de noviembre de 2009

Atacado por un filete de cerdo

Esto parecería dicho por Woody, pero no. Me pasó a mi. El sábado Eva descubrió que se nos había atascado (congelado) el desagüe de la nevera. Sí, mi nevera tiene desagüe, porque hace cubos de hielo y no sé por qué más. Es carísma y casi no cabe en la cocina. En mi descargo puedo decir que es regalo de bodas.
El desagüe en cuestión se congela de vez en cuando ("eso es que usted lo cierra mal, señora", en palabras del técnico) y entonces la nevera gotea y forma un charco en el suelo. La solución es sacar todo el congelador, descubrir el desagüe y regarlo con agua hirviendo hasta que se descongele. Pero la parte de arriba del congelador si que quedó llena. Mientras que estaba agachado en labores de destasque, supongo que con el vaiven, un filete de cerdo, primorosamente envuelto en film transparente se deslizó de lo alto y cayó, rozándome ligeramente la nariz.
A consecuencia de eso, aun hoy luzco un ridículo corte perfecto en la punta de la nariz, que no paró de sangrar en toda la tarde del sábado.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Mañana de viernes

Hoy hace en Sevilla una mañana de neblina y fresquete típica del otoño londinese. Eso, unido a que entro tarde, me da esa sensación de eterea irrealidad como de hacer rabona; moverte entre la gente, que está inmersa un sus quehaceres diarios, como un fantasma despreocupado, sin obligaciones que cumplir, viendo las calles y las tiendas del centro histórico de la ciudad (center of the town), pudiendo detenerte en sentir el fresco de la mañana salpicando tu cara. Me faltaría pensar en comprar las entradas para un musical a mitad de precio en Leicester Square...
Ya he dejado a los niños en le cole. Y como no se me ocurra otra cosa, me voy a calzar mi chupa, voy a trincar la moto, y me voy a ir a desayunar al Centro. Al Starbuck café, a recordar Londres, a mi amigo Paco, y sentir el pálpito de la calle.
O quiza me vaya en bici. O...

jueves, 19 de noviembre de 2009

El lunes 16: euforia

El lunes fue un día muy completo, en donde hice un montón de cosas y finalmente redescubrí y caí en la trampa de los juguetes navideños.

Últimamente me noto muy activo. Debe ser por el deporte. Estoy tratando de hacer “alguna actividad física diaria” desde hace algún tiempo, y noto que me estoy poniendo más en forma, así que quizá sea por eso. No se. Lo cierto es que el lunes salí a correr a las 6,30 de la mañana, y llegué a aguantar dos minutos y treinta y siete segundos seguidos sin desmayarme y necesitar después asistencia médica. Seguidamente volví andando a casa, realizando mis ejercicios de calentamiento, para conseguir completar la friolera de nueve abdominales superiores perfectas.
Con esta carga de energía acumulada y sintiéndome en plena forma, me decidí a aprovechar un hueco de hora y media que tengo todos los lunes para comprar pilas para mi micro inalámbrico. Como me pillaba cerca me decidí por el Carrefour de Dos Hermanas (es que en las grandes superficies suelen vender paquetes de pilas de esos de pagas siete y te llevas catorce. Si os habéis fijado, suelen estar en las estanterías de al lado de las cajas, junto con chicles, tarjetas ipods y cosas de primera necesidad por el estilo) Pero el lunes en Carrefour no había pilas en las cajas: estaban todas en la juguetería, que ahora ocupa la mitad del establecimiento.
Y de pronto me vi rodeado por todas partes de coloridos juguetes que me llamaban como las sirenas a Ulises, pero yo transmutado en mis dos hijos simultáneamente, pensando en todo lo que a ellos les podría atraer. Y no hay freno consciente, te ves envuelto en una espiral de deseo consumista, de la que sólo puedes escapar de manera consciente y volitiva. Los pobres niños son victimas propiciatorias de este mercado navideño que ya en la primera quincena de noviembre ha empezado.
Al final, casi logré desprenderme de todos mis deseos, pero me deje llevar y dos pequeños juegos de construcción terminaron en el maletero de mi coche, junto con tres pares de calcetines y una crema adelgazante y reafirmante del estómago. (Es que esto de estar en forma y adelgazar, las estrías… Podéis imaginar la expresión de la encargada de la sección cuando después de preguntarle por la crema le pedí una mascara limpiadora de poros de la nariz… “metrosexual como poco”)
Tras todo esto, volví al insti, di dos clases más… llegué a casa, solté las cosas, fui a por Carlos en bici (como siempre: más ejercicio). A la vuelta almorzamos y a lo largo de la tarde (mientras que Eva y Carlos iban a nadar) me fue dando tiempo a poner una lavadora, corregir, escribir para el otro blog, confeccionar más exámenes y estar con Ángel.
Pero no había terminado el día ahí: vinieron mis suegros en el momento mejor: la cena de los niños. Eva había salido a pasear a los perros y me tocó preparar la cena: pizzas sincronizadas de atún, que enrollaron y tomaron medio bien. Pero a la vuelta del paseo Eva aparece diciendo que en la basura (al lado del contenedor) hay una maceta muy bonita con un poto… total que fuera a ver si me interesaba, y que si eso, la recogiera en coche. Pero cómo, yo, haciendo pesas como estoy, ¿cómo voy a necesitar coche para una maceta?, le repliqué herido en mi orgullo. La maceta era un macetón propio de comunidad de vecinos, y fue más fuerte que yo. Así que tuve que ir a por un carro que tenemos en la comunidad para estos menesteres y lo cargué con mi entrenada fuerza hercúlea. Ahora lucimos macetón tremendo en la puerta de casa, porque no soy capaz de subirlo por las escaleras hasta la terraza.
Total. Estaba eufórico, había completado un día tremendo de esfuerzo fisco e intelectual. Como premio, mi hijo Carlos, después de comer comenzó a recoger la mesa, y en una de las venidas a la cocina me dio inopinadamente un abrazo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Una semana frenética (III: Digitalizando)

Con todas las demás movidas, esta pasada semana frenética he comenzado a digitalizar vinilos. La cosa empezó el jueves por la tarde, en que mi cuñado Carlos me suministró un tocadiscos Denon espectacular, que casi no cabe en mi despacho.
En realidad llevaba pensando digitalizar mis Lps desde hace unos cuatro años. Y cada cierto tiempo buscaba ofertas de tocadiscos con salida usb para conectar al ordenador. Se me había olvidado que en realidad con una buena conexión de rca a minijack, a través de la tarjeta de sonido es suficiente. Pues esta pasada semana frenética ha sido uno de los momentos más definitivos. Preguntando a Carlos lo conseguí enredar, y en ello estoy desde el jueves.
Esa misma tarde noche empecé a rebuscar en los “viejos” discos de vinilo, a poner orden. Ha sido rebuscar en uno de los rincones más lejanos de mi alma. Hay gente que recuerda sus primeras lecturas, sus primeros juegos… Yo he descubierto que en realidad guardo buena parte de mis recuerdos unidos a mis discos: en qué circunstancias lo compré, por qué, cuándo, o quién me lo compró... He viajado a aguas profundas y he sentido de golpe el vértigo del paso del tiempo, los precios todavía pegados en alguna funda, la ilusión con que llegaba a casa con alguna nueva pesca. He vuelto a comprobar de donde vienen mis gustos musicales y que en buena medida se mantienen. Mis primeras bandas sonoras, el original de “La Pantera Rosa”. He visto a mi madre comprándome en Simago “Viaje con nosotros”. Me he acordado de Sonanta, de viajes a Madrid, a Londres. Me he recordado hurgando en ferias del disco, me he visto descubriendo maravillas ocultas antes y olvidadas ahora. La fiebre del coleccionismo… tantos discos… ¿para qué? Ahora algunos casi no los escucho. Otros es posible que no los escuche más. En fin…
Digitalizando una de las joyas, una recopilación de versiones de temas de Mancini, descubrí (Internet ahora ha convertido el romanticismo en algo más inmediato) descubrí que algunos de los discos que iba a digitalizar lo acaban de sacar (al fin) en CD. Dudé un poco, ¿lo digitalizo, lo compro? Al final me dejé llevar por la ilusión, el placer descubrimiento de antaño, y aunque no son las mismas sensaciones… me los he pedido… ¡Que coño!

lunes, 9 de noviembre de 2009

Una semana frenética (II: Haciendo ejercicio)

Desde hace unas tres semanas voy a recoger a Carlos en bici, con una sillita de esas de llevar niños sujeta detrás. A él le hace mucha ilusión y yo hago una pizca de ejercicio. A Ángel hay que recogerlo a las dos, así que de él se encarga Eva, que sale antes.
El tema es que ponerlos a montar en bici lleva rondando desde el verano, sin haber sacado nada en claro. El lunes, que nos fuimos al centro con el tandem y el carrito, mi hermana y mi padre estuvieron en daclaton buscando una bici y nosotros estuvimos pensando en que quizá deberíamos ir a ver si Carlos es capaz de mover alguna y darle a los pedales, que hasta ahora no ha demostrado que sepa hacerlo. Y por estas casualidades de la vida, a la vuelta del paseo en bicicleta, encontramos que Isabel, la vecina, tiene una bici pequeña en la puerta, con pinta de ser "despedida". Como pensábamos que la iba a tirar, Eva, que es más lanzada que yo en estos menesteres, le preguntó. El resultado de la entrevista fue que Isabel tenía para desprenderse de ellos dos triciclos, una bici con ruedines y un coche de pedales. Aparatos todos que terminaron en nuestros trasteros.
Así que dejamos pasar la semana (frenética por otras cosas) y el sábado por la mañana nos ponemos a montar. Carlos la bici con ruedines (que yo previamente había atornillado) y Ángel uno de los triciclos. Decepción total. Desesperación. Ninguno de los dos, por más que nos empeñamos, eran capaces de darle a los pedales. Empujándoles, moviéndoles los pedales con las manos, yo montando en bici alrededor de ellos… Nada. Yo pensaba en las hijas del Príncipe, que montan en bici desde que tenían dos años, y me preguntaba si sería la sangre real, o si es que mi sangre era más torpe. Total, que decidimos cambiar y probar con el otro triciclo y con el coche. Y de pronto se obró el milagro: estos si los movían. Sí le daban a los pedales, se movían, corrían… Felicidad y triunfo. Supongo que sería cosa del diseño. Total: el triciclo, que es pequeñito y pesa menos, quedó adjudicado para Ángel y el coche para Carlos.
Una vez descubierto el placer del pedaleo y el movimiento mecánico, no hubo forma de parar. Esa tarde fuimos a las explanadas de detrás del Fremap toda la familia (perros incluidos) con la flota de pedales. Y estuvieron pedaleando una hora sin descanso. Cogieron carrerilla y… y nostors de pateo. Y el domingo una hora por la mañana y media por la tarde.
Aunque no pase tiempo haciendo pijadillas (dibujos, manualidades, jugueteos con coches, etc) con los niños, esta semana no se puede decir que no les he echado tiempo.

Una semana frenética (I: un mal padre)

Hay días (o semanas) en que, sin razón aparente, te entran ganas de terminar asuntos pendientes, y te pones a ello como si no hubiera un mañana. Te acuestas con la sensación de que queda todo por hacer… tensión e impaciencia por todas partes. Pues la pasada ha sido una de esas semanas. Entre otras cosas me he puesto al día en los blogs (este y el de las 25 mejores) y me comprometo a seguir. Aquí con entradas un poco más cortas. Pero no ha sido todo, que va.
Sucede que cuando sentamos a los niños por la tarde a ver algún dvd, para poder sacar algo de tiempo para nosotros, siempre tengo el remordimiento de mal padre, de que debería estar más tiempo con ellos, pintar, jugar, contar cosas… Así que en esta semana, que me han entrado ganas desesperadas de afrontar mil proyectos, también me han entrado los reconcomios de mal padre. En realidad creo que cuando más tiempo hablo con ellos en a la hora del baño por la tarde. No se si será suficiente, pero ellos se la pasan muy bien. En fin…
Con los niños empezó la semana con la resaca del cine. Carlos el martes nos contó que se lo había contado a su seño. “La seño Mercedes”. Y el miércoles fue al teatro con el colegio a ver “El patito feo”. Como el miércoles entro tarde, pude dejar a Ángel en la guardería y volver al colegio para despedir a Carlos a las 9’30 en la salida de los autobuses. Cuando salió por el patio y me vio le hizo una ilusión inmensa. Se despedía de mi en la puerta del autobús… fue genial. Y yo me sentía enorme.
Luego nos narraba el viaje como si fuera algo tremendo: la Giralda, la Torre del Oro… luego el patito, su madre… un lío sin sentido, pero con mucha emoción.
¿Es suficiente? No se.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El domingo al cine

El pasado domingo 1 de noviembre fuimos al cine. Llevamos a Carlos y a Ángel al cine por primera vez. Eramos seis en total porque se sumaron mi padre y mi cuñado. Fuimos a Los Arcos a la sesión matinal (12:00), a ver Ice Age 3. Escogimos esta porque en casa tenemos la Ice Age 1 y los niños ya se conocían los personajes. Y como están además (Carlos sobre todo) con el tema de los dinosaurios, pues era perfecta.
Y la verdad es que fue bastante bien. Todos nos pertrechamos de palomitas y dulces varios, y entramos, con la sala ya a oscuras, lo que fue mucho más impresionante. La película está bien. Es muy entretenida, con mucho movimiento y con personajes “simpáticos”, buscando al público infantil. Pero en una lectura más adulta, es una película con un montón de guiños y referencias cinematográficas y literarias, que en algún momento resultan muy divertidas. Incluye algún que otro chiste para adultos.
Los dos se lo pasaron muy bien; al menos no hicieron ningún amago de levantarse o de dar más espectáculo en las butacas que en la pantalla. Muy calladitos, mirando muy fijamente a la gran pantalla, con toda la sala a oscuras… creo que se dejaron envolver por el mágico hechizo de una sala de cine. Ignoro si fueron capaces de seguir todas las tramas, pero al menos Carlos de vez en cuando me preguntaba por alguno de los personajes, y seguía mirando la pantalla. Algo sí que seguía.
Total, que muy bien.
Para coronarlo, nos fuimos al Nervión Plaza a almorzar. Pero antes se montaron en un barco pirata hinchable, de eso que son un tobogán y se puede saltar dentro, que estaba instalado en el centro del complejo… Total, 20 minutos de potreo antes de comer. Luego comieron poco, pero no fueron tampoco demasiado ruidosos.
Total: la primera experiencia cinematográfica fue muy positiva. Repetiremos.

martes, 3 de noviembre de 2009

El jueves pasado (29 de octubre)

El jueves por la noche se nos hizo tarde fuera de casa y nos quedamos a cenar. En McDonald’s. Se nos hizo tarde quiere decir que nos dieron las siete y media, y que como los niños no habían dormido siesta, preferimos tocar zafarrancho.


La última vez que habíamos comido fuera con los niños fue en Chipiona durante el puente del Pilar. Esa vez, Ángel se cagó encima en mitad del salón comedor de “El Sardinero”. Bien es verdad que estaba malo, y que además la mañana anterior los dos se habían tirado encima la tapa de madera del cajón de la persiana, que había impactado en pleno rostro de Ángel, dejándolo señalado, magullado y dolorido. Pero la deposición, suelta para más señas, hizo que Eva tuviera que salir disparada al baño de caballeros y pasar un mal rato con la limpieza, para que de todas formas al final tuviéramos que salir muy precipitadamente del local porque el olor era espectacularmente delator y “molesto” para el resto de comensales. Pues bien, la tarde del jueves ya Ángel no estaba especialmente malo. Y sin embargo no quiso privarnos de una experiencia similar.

Sobre las seis y pico, después de que Carlos saliera del deporte y del inglés infantil, nos fuimos a Los Arcos. Eva buscaba unos parches de la película Cars, para poder coserlos a las camisetas de los niños, con lo que después de visitar el cuarto de baño del Centro Comercial y hacer pipí, fuimos encaminando nuestros pasos a la tienda Disney que hay al lado de una de las puertas. Y fue para los niños como entrar en la Tierra de Promisión. Carlos no pasó de la puerta, del stand de Cars. Había de todo, y todo empaquetado de manera irresistiblemente atrayente. Aunque de todos esos juguetes y productos varios del merchandising de Cars, Carlos fijo su atención en un helicóptero relleno con todos los protagonistas (coches) de la película. Yo le insistía en que fuera tomando nota para pedírselo a los Reyes Magos (si, ya se que es pronto, pero era un buen momento). El me contestaba (para mi sorpresa y desolación) que yo era los Reyes. Y se volvía sobre el helicóptero. ¿Cómo era posible que ya supiese, que ya dijese? ¿En el cole? ¿En el cole hablan de eso? ¿Ya, con cuatro años? Ángel se distrajo más, es más pequeño y no concentra tanto su atención. Paseaba con Eva por ahí. Pero Carlos insistía: “tu eres los Reyes”. Cuando finalmente nos fuimos sin comprar el helicóptero y encomendándolo a los Reyes, comprendí la frase de mi hijo. No era que él pensara que yo fuera los Reyes, era simplemente que no quería esperar, algo así como “deja los Reyes para otro momento y otras cosas y tu cómprame el helicóptero ahora”. Con lo cual, estaba completamente convencido de que nos llevaríamos el helicóptero esa misma tarde. Y en realidad no tuvo rabieta al no llevárselo; tuvo más bien ataque de pena y desolación. Y lloró amargamente. El helicóptero de Dinoco, relleno con diez coches de la película, y con hueco para otros diez, había conquistado su corazón. Hasta tal punto que cuando horas después se acostó, todavía lo pedía. Incluso a la mañana siguiente lo recordaba, y seguía pidiendo. Todas las veces le repetíamos que hay que escribirles la carta a los Reyes. Y tanto quedó impresionado que el sábado por la mañana recordó (para mi sorpresa y alegría –“el niño tiene memoria”, sabe de lo que estamos hablando-) hasta el nombre de los Reyes, que lo había aprendido las Navidades pasadas.

Con esa pena con la que salió de tienda Disney nos fuimos a una de las cervecerías de Los Arcos, a ver si podíamos tomar un plato combinado. Era tan temprano (siete y media largas) que la cocina no estaba abierta. Así que siempre nos queda McDonald’s. Con poquita gente, pero… En fin, una vez comprados los menús (infantiles para los niños, grandes para nosotros) ya nos pudimos dedicar a comer. La mesa era cuadrada. Ángel estaba frente a mi y al lado de Eva, y a mi lado (y enfrente de Eva) estaba Carlos. Ángel y yo pegados a la pared. Carlos había pedido “pollo empanado” que quedó traducido en nuggets de pollo. No tuvo problemas y fue comiendo más o menos bien, dentro de que la pena por el helicóptero y el cansancio hacía mella en todo su comportamiento. Ángel atacaba con pocas ganas una hamburguesa infantil. De pronto me mira fijamente, con los ojos como platos y ligeramente humedecidos: “Papá, me hago caca”. Y dicho y hecho. Lo había vuelto a hacer. Se había cagado encima. Pero la vez de Chipiona, en previsión, Eva se había pertrechado de algunas cosas, tipo toallitas y recambios. Pero hoy no había nada de eso. Así que decidimos terminar de comer buenamente y salir sin prisa pero sin pausa del local. Eva comentó lo sucedido a una de las encargadas de la limpieza, que se apresuró a limpiar la silla, que se había quedado ligeramente humedecida. Por la reacción de la chica no parecía que fuera la primera vez. Así que ya tenéis otra cosa en que pensar cuando os sentéis en una silla de McDonald’s.

Buscando, buscando, encontramos un cuarto de baño en el nivel del aparcamiento. Eva entró, limpió a Ángel, metió la ropa sucia en una cajita de cartón del menú infantil, y salió con el niño desnudo de cintura para abajo del servicio. Mientras yo había colocado el coche lo más cerca posible de esa puerta y preparado la sillita para tal evento, cubriéndola con plástico.

Y no acabó aquí la tarde. Mi padre nos había requerido para trasladar su silla de la oficina (que es suya) a su casa, y ya aprovechamos para hacer un poco más de mudanza. Pero eso es otra historia.