Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

martes, 21 de mayo de 2013

Soy un ingenuo

Yo no sé de muchas cosas. No entiendo mucho de economía. Ni de empleo; más allá de entender que si me suben los impuestos y me bajan el sueldo, tendré menos dinero y gastaré menos, y que entonces pondré menos dinero en manos de otras personas, que a su vez tendrán menos dinero para mover. No entender cómo esto puede reactivar la economía, pero es que no sé de políticas macroeconómicas, ni de primas de riesgo, ni de balanzas, déficits de comunidades autónomas y todo eso.

No se de muchas cosas, ya digo. Pero en Educación llevo metido quince años (más en realidad, si contamos los años de teatro) y he procurado enterarme de algo; he estado en equipos directivos, jefaturas de departamentos, consejos escolares; he leído y estudiado la legislación educativa (extensa, confusa y en ocasiones contradictoria); he intentado estar al tanto de las nuevas tendencias y conocer, siquiera fuera por encima, algunos otros sistemas educativos. Y me pregunto quién ha procurado hacer eso al redactar la nueva ley de educación, llamada para la Mejora de la Calidad en la Educación. Y me pregunto en qué medida viene a mejorar la Educación, cómo piensa hacerlo. Y es que yo, aparte de no saber muchas cosas, soy encima un ingenuo. Siempre lo he sido, pero el otro día me lo recordó Eva, cuando andaba yo dándole vueltas a la LOMCE, pensando que un Ministro siempre querrá, efectivamente, mejorar la Educación.

Me acuerdo que de niño, de cuando en cuando, a la hora de cambiar impresiones con mi padre sobre cualquier asunto, al final siempre terminaba diciendo a mi madre “este niño se cree que los pájaros maman”, que para él supongo que significaría el colmo de la ingenuidad. Lo malo es que a mi edad todavía lo sigo siendo. Sigo pensando que el personal es esencialmente bueno y me cuesta trabajo imaginar a las personas actuando mal a sabiendas.

Supongo que por eso el otro día me volvía a preguntar la razón por la que Rajoy nombró ministro de Educación a Wert, y Eva me decía ingenuo. Es decir, yo entiendo que un presidente de un país tenga una ideología, y que gobierne en base a ella. Pero sigo siendo tan ingenuo como para pensar que dentro de esa ideología, de esa filosofía sobre las cosas, un presidente de un gobierno escogerá al que mejor haga las cosas en cada campo, al más profundo conocedor de las materias que se le encomienden, lo que en puridad será mejor para todo el país, aun renunciando un tanto a su ideología.

Pero Wert no es nada de eso. Si se repasa su currículum no es desde luego un experto en el campo de la educación. Es licenciado en Derecho, con un doctorado en sociología, con una trayectoria política, y con una carrera en la empresa privada como sociólogo general, asesor de bancos y tertuliano de televisión. Pero no es que sea un estudioso de la educación, o haya centrado sus estrategias o haya mantenido nunca a la largo de su vida profesional algún contacto con la investigación de la sistemática educativa. No es Ken Robinson, que lejos de mostrar una ideología, se ha preocupado por la realidad educativa, y ha trabajado en ese campo en distintos niveles, desde observar institutos y la relación profesor-alumno, hasta asesorar escuelas concretas o incluso a la Unión Europea; no es José Antonio Marina, preocupado por cómo funciona la inteligencia, y los sistemas de aprendizaje, y ocupado de aplicarlo a la Educación; ni siquiera Vaello Orts, director de instituto, con libros publicados sobre cómo enseñar al que no quiere aprender.

Aun así -me digo en mi ingenuidad- un ministro puede no ser un experto en lo suyo, pero sí dejarse asesorar por los expertos. Pero si se mira la propuesta de reforma de ley de educación no parece haber estado influida por ninguna de las nuevas tendencias en educación, ni por las reformas planteadas por países de nuestro entorno que tengan mejores resultados académicos, ni siquiera por las directrices generales de la Unión Europea. Ni plantea tendencias novedosas o arriesgadas que propongan nuevos enfoques según los nuevos tiempos. Antes al contrario, el enfoque general de la ley plantea una visión de la educación (yo casi diría de la sociedad) anclada en los años sesenta, donde había que estudiar lo que tuviera más salidas y trabajar en algo que, aunque no te hiciera feliz, te reportara un buen dinero. Y el que no valía, pues a FP. Y las medidas que propone van en esa dirección. No es ya reafirmarse en el modelo tecnológico de la educación (en el que estudiamos los de mi generación), que se considera superado a pesar de que es en realidad el que mayoritariamente se sigue aplicando, sino que es volver al modelo tradicional, donde el profesor emite conocimientos, el alumno los amplia con el libro, y demuestra lo aprendido reproduciéndolo en un examen. Razonamiento cero.

Cualquier experto de los ya nombrados, o cualquiera que con un poco de sentido común analice la ley, observará que no se plantean soluciones a la problemática actual. No se plantean en realidad medidas que eviten el abandono, medidas que mejoren la calidad del aprendizaje, o medios de reducción de alumnos por clase (la base de la autentica calidad en la Educación); no se amplia la optatividad; por supuesto, se olvida de la movilidad del mercado laboral, la valoración del trabajo en grupo, la creatividad, el pensamiento divergente; elimina las “materias que distraen”, justo en contra de las indicaciones de la UE, asesorada por Robinson; no mira, en fin, a países del entorno, a Francia, que mejora resultados del informe PISA con sus miércoles libres para actividades distintas a las del currículo, a Finlandia (la mejor Educación de Europa) con quince alumnos por clase…

¿Por qué entonces Wert? ¿Para qué una ley que en realidad no parece afrontar los retos de una educción de futuro, sino aplicar modelos superados hasta en la práctica? ¿Por qué no atender a la realidad, a los tendencias que desde hace años se defiende en la Unión Europea, en las filosofías de de la Educación? ¿De verdad se quiere mejorar la Educación? ¿O se trata de tomar medidas que favorezcan sólo determinadas tendencias, determinadas posiciones, determinadas idiosincrasias? ¿O legislar en contra de otras tendencias, o de políticas?

Yo soy muy ingenuo y me cuesta trabajo pensar que en realidad a un ministro de Educación no le interese la mejorar de la Educación, sino mejorar las estadísticas, y favorecer solo aspectos concretos de la educación (con minúsculas) Pero por otro lado, si atiendo a lo que se de Educación es esa la sensación que se transmite.

Me estremezco al pensar que se esté legislando del mismo modo en todas esas cosas de las que no se, y que no me de cuenta de las cosas que nos están colando. Porque si pienso que a Rajoy en realidad no le interesa la Educación, que no quiere arreglarla, no puedo evitar pensar en las cosas que no entiendo y en las medidas que se están tomando en economía y en empleo, y si les interesa mejorar o pagar deudas electorales. Miro y veo medidas desfasadas, aplicables a una realidad que ya no existe, y que favorecen a no se bien quien. Pero claro, yo no entiendo de eso.

No se si es mejor perseverar en la ingenuidad y mirar para otro lado. Pero si hacemos esto ¿no nos estallará la realidad en la cara?
 
Me voy a pasear con mis perros: estos no mienten sobre sus intenciones. En eso también nos ganan.