Yo no sé de muchas cosas. No
entiendo mucho de economía. Ni de empleo; más allá de entender que si me suben
los impuestos y me bajan el sueldo, tendré menos dinero y gastaré menos, y que
entonces pondré menos dinero en manos de otras personas, que a su vez tendrán
menos dinero para mover. No entender cómo esto puede reactivar la economía, pero
es que no sé de políticas macroeconómicas, ni de primas de riesgo, ni de
balanzas, déficits de comunidades autónomas y todo eso.
No se de muchas cosas, ya digo.
Pero en Educación llevo metido quince años (más en realidad, si contamos los
años de teatro) y he procurado enterarme de algo; he estado en equipos
directivos, jefaturas de departamentos, consejos escolares; he leído y
estudiado la legislación educativa (extensa, confusa y en ocasiones
contradictoria); he intentado estar al tanto de las nuevas tendencias y
conocer, siquiera fuera por encima, algunos otros sistemas educativos. Y me
pregunto quién ha procurado hacer eso al redactar la nueva ley de educación,
llamada para la Mejora de la Calidad en la Educación. Y me pregunto en qué
medida viene a mejorar la Educación, cómo piensa hacerlo. Y es que yo, aparte
de no saber muchas cosas, soy encima un ingenuo. Siempre lo he sido, pero el
otro día me lo recordó Eva, cuando andaba yo dándole vueltas a la LOMCE, pensando que un Ministro siempre querrá, efectivamente, mejorar la Educación.
Me acuerdo que de niño, de cuando
en cuando, a la hora de cambiar impresiones con mi padre sobre cualquier
asunto, al final siempre terminaba diciendo a mi madre “este niño se cree que
los pájaros maman”, que para él supongo que significaría el colmo de la
ingenuidad. Lo malo es que a mi edad todavía lo sigo siendo. Sigo pensando que
el personal es esencialmente bueno y me cuesta trabajo imaginar a las personas
actuando mal a sabiendas.
Supongo que por eso el otro día me
volvía a preguntar la razón por la que Rajoy nombró ministro de Educación a
Wert, y Eva me decía ingenuo. Es decir, yo entiendo que un presidente de un país
tenga una ideología, y que gobierne en base a ella. Pero sigo siendo tan
ingenuo como para pensar que dentro de esa ideología, de esa filosofía sobre
las cosas, un presidente de un gobierno escogerá al que mejor haga las cosas en
cada campo, al más profundo conocedor de las materias que se le encomienden, lo
que en puridad será mejor para todo el país, aun renunciando un tanto a su
ideología.
Pero Wert no es nada de eso. Si
se repasa su currículum no es desde luego un experto en el campo de la
educación. Es licenciado en Derecho, con un doctorado en sociología, con una
trayectoria política, y con una carrera en la empresa privada como sociólogo
general, asesor de bancos y tertuliano de televisión. Pero no es que sea un
estudioso de la educación, o haya centrado sus estrategias o haya mantenido
nunca a la largo de su vida profesional algún contacto con la investigación de
la sistemática educativa. No es Ken Robinson, que lejos de mostrar una
ideología, se ha preocupado por la realidad educativa, y ha trabajado en ese
campo en distintos niveles, desde observar institutos y la relación profesor-alumno,
hasta asesorar escuelas concretas o incluso a la Unión Europea; no es José
Antonio Marina, preocupado por cómo funciona la inteligencia, y los sistemas de
aprendizaje, y ocupado de aplicarlo a la Educación; ni siquiera Vaello Orts,
director de instituto, con libros publicados sobre cómo enseñar al que no
quiere aprender.
Aun así -me digo en mi ingenuidad-
un ministro puede no ser un experto en lo suyo, pero sí dejarse asesorar por
los expertos. Pero si se mira la propuesta de reforma de ley de educación no
parece haber estado influida por ninguna de las nuevas tendencias en educación,
ni por las reformas planteadas por países de nuestro entorno que tengan mejores
resultados académicos, ni siquiera por las directrices generales de la Unión
Europea. Ni plantea tendencias novedosas o arriesgadas que propongan nuevos
enfoques según los nuevos tiempos. Antes al contrario, el enfoque general de la
ley plantea una visión de la educación (yo casi diría de la sociedad) anclada
en los años sesenta, donde había que estudiar lo que tuviera más salidas y
trabajar en algo que, aunque no te hiciera feliz, te reportara un buen dinero.
Y el que no valía, pues a FP. Y las medidas que propone van en esa dirección.
No es ya reafirmarse en el modelo tecnológico de la educación (en el que
estudiamos los de mi generación), que se considera superado a pesar de que es
en realidad el que mayoritariamente se sigue aplicando, sino que es volver al
modelo tradicional, donde el profesor emite conocimientos, el alumno los amplia
con el libro, y demuestra lo aprendido reproduciéndolo en un examen. Razonamiento
cero.
Cualquier experto de los ya nombrados,
o cualquiera que con un poco de sentido común analice la ley, observará que no
se plantean soluciones a la problemática actual. No se plantean en realidad
medidas que eviten el abandono, medidas que mejoren la calidad del aprendizaje,
o medios de reducción de alumnos por clase (la base de la autentica calidad en
la Educación); no se amplia la optatividad; por supuesto, se olvida de la
movilidad del mercado laboral, la valoración del trabajo en grupo, la
creatividad, el pensamiento divergente; elimina las “materias que distraen”,
justo en contra de las indicaciones de la UE, asesorada por Robinson; no mira,
en fin, a países del entorno, a Francia, que mejora resultados del informe PISA
con sus miércoles libres para actividades distintas a las del currículo, a Finlandia
(la mejor Educación de Europa) con quince alumnos por clase…
¿Por qué entonces Wert? ¿Para qué
una ley que en realidad no parece afrontar los retos de una educción de futuro,
sino aplicar modelos superados hasta en la práctica? ¿Por qué no atender a la
realidad, a los tendencias que desde hace años se defiende en la Unión Europea,
en las filosofías de de la Educación? ¿De verdad se quiere mejorar la
Educación? ¿O se trata de tomar medidas que favorezcan sólo determinadas
tendencias, determinadas posiciones, determinadas idiosincrasias? ¿O legislar
en contra de otras tendencias, o de políticas?
Yo soy muy ingenuo y me cuesta trabajo
pensar que en realidad a un ministro de Educación no le interese la mejorar de
la Educación, sino mejorar las estadísticas, y favorecer solo aspectos
concretos de la educación (con minúsculas) Pero por otro lado, si atiendo a lo
que se de Educación es esa la sensación que se transmite.
Me estremezco al pensar que se
esté legislando del mismo modo en todas esas cosas de las que no se, y que no
me de cuenta de las cosas que nos están colando. Porque si pienso que a Rajoy en
realidad no le interesa la Educación, que no quiere arreglarla, no puedo evitar
pensar en las cosas que no entiendo y en las medidas que se están tomando en
economía y en empleo, y si les interesa mejorar o pagar deudas electorales. Miro
y veo medidas desfasadas, aplicables a una realidad que ya no existe, y que favorecen
a no se bien quien. Pero claro, yo no entiendo de eso.
No se si es mejor perseverar en
la ingenuidad y mirar para otro lado. Pero si hacemos esto ¿no nos estallará la
realidad en la cara?
Me voy a pasear con mis perros: estos no mienten sobre sus intenciones. En eso también nos ganan.