Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

miércoles, 2 de julio de 2008

Mi madre se ha ido

Cuando una persona se va, desaparece todo lo que era y todo lo que podía ser. Revolver demasiado esta última idea es quizá un ejercicio inútil y doloroso. En el caso de mi madre puede que hasta estéril, porque mi madre no se dejó demasiadas cosas atrás, sin atender o sin decir.
Lógicamente siempre se pueden seguir haciendo cosas y mi madre se ha ido demasiado pronto como para no tener eso en cuenta.
Pero fue una mujer tan activa y tan autentica que vivió cada minuto según su modo de ver la vida. Y lo vivió hasta el último día, en que tuvo arrestos para tomar un café con un empapante, y que quitándose la mascarilla de oxigeno, nos enviaba a casa a todos, preocupada de que no estuviéramos en nuestras cosas, preocupada de no molestar demasiado, de que no estuviéramos tan pendiente de ella.

Mi madre fue una persona muy difícil de no querer. Con su energía, su alegre visión pesimista, su autenticidad y su modo directo de expresar sus pensamientos, era extraño que te dejara indiferente, que no te atrajera.

Antes de casarse, trabajó en su juventud, manteniendo de ese trabajo una intensísima amistad; crió una familia, acompañó siempre a mi padre, vio crecer a sus hijos, los vio situarse en la vida, casarse y fundar nuevas familias, conoció a sus nietos, viajó y se movió por el mundo.
Fue pionera, junto con mi padre y otros muchos amigos de los primeros veraneos en La Antilla, compartió con sus amigos, muchos de los cuales habéis estado ahí presentes, inquietudes, Ferias, diversiones y malos momentos.
Fue catequista, devota de Sor Ángela, y trabajadora incansable en las cosas de casa. Fue a clase de Solfeo y hasta a clases de Derecho.

Enfrento su enfermedad con una fuerza y una fe difícilmente concebible, procurando superar pronto las distintas recaídas y efectos de la medicación, y llevar una vida normal.
Queda el consuelo de que no dejó nada por hacer, nada por decir, y que probablemente a nosotros tampoco. Pero el hueco de su ausencia es tan grande que quema, y que no encuentra consuelo en nada; ni en palabras ni en recuerdos. Ni siquiera el pensar que el mundo fue un lugar mejor con ella dentro y que nosotros tuvimos la suerte de conocerla.
Supongo que nadie muere del todo si sigue presente en nuestro corazón y en nuestro pensamiento, y en las pequeñas cosas del día a día.
Estoy seguro de que olvidar a mi madre resulta casi imposible.
Y yo quiero hoy rogar por eso, porque no la olvidemos, y quisiera también daros a todos las gracias por estar ahí y por no olvidar a mi madre.
Gracias.