Hace poco más de dos meses, mi
perro Ringo sufrió un ictus. Llevaba un tiempo regular: estaba perdiendo vista,
la artrosis le estaba afectando mucho, había bajado su tono vital en general;
un bajón definitivo en verano. Pero no esperábamos una cosa así.
No voy a hacer aquí en mensaje de
esos buenistas y acaramelados (están muy bien, a mi me encantan) que pululan
por Internet de “sea tan feliz como su perro” o cosas parecidas. Simplemente
voy a revolver en mi mente y me voy a acordar de mi perro, que se lo merece. Y
voy a ver lo que me ha enseñado. Y voy a escribir lo que salga. Y lo voy a
compartir con vosotros.
Ringo se me coló en clase siendo
un cachorro va a hacer pronto catorce años. Como todo cachorro, era irrefrenablemente
simpático. Pero este era muy divertido: una bola de pelo, juguetón y expansivo,
buscando claramente manada, que encontró en mi casa, no sin ciertas reticencias
que el mismo se ocupo de disipar.
Y resultó ser muy listo. Aprendió
en seguida las órdenes que le fui enseñando. Sin egoísmos, ni dobleces. Sin
premios. Ahora, cuando me he convertido en adiestrador y conozco los resortes
del aprendizaje canino, he corroborado lo bueno que es mi perro y lo mucho que
me quiere. Aprendía y realizaba las instrucciones sin ninguna otra satisfacción
que el jugar conmigo por las tardes noches.
Más allá del instinto y de su
condición de macho sin castrar (es un ligón impenitente aun hoy, que todavía
busca los rastros de hembras en sus cortos y trastabillados paseos), Ringo
tiene su propia personalidad. Su propio carácter. Y es esencialmente bueno. Siempre
de bien humor y siempre dispuesto. No es agresivo, no es un perro serio. Además
de listo, o tal vez por eso, Ringo es… bueno.
Durante cinco años fue el niño
mimado de la casa. No había niños, ni había otros perros. No había competencia
y el asumía perfectamente su rol. En ese entonces fuimos un día atacados por la
misma “bestia”: un perro mestizo de rottweiler con algo muy grande, que le
produjo un corte en la pierna y a mí un moratón en el antebrazo. Hasta eso
hemos compartido.
El recoger a Lola no le hizo
mucha gracia: le gruñía, no dejaba que se acercara, se interponía entre ella y
yo. No digamos cuando llegaron las crías. Sin embargo, hubo un momento en el
que yo creo que hasta reflexionó y tomó una decisión. Sí, ya sé que esto no es
propio de perros, pero…
Y desde entonces, en esa situación y siempre ante tesituras parecidas, Ringo ha elegido ser… bueno. Y aunque es el jefe de la manada perruna, su actitud nunca es violenta con los otros miembros. Su dignidad aun se mantiene. Le basta un gruñido.
Y desde entonces, en esa situación y siempre ante tesituras parecidas, Ringo ha elegido ser… bueno. Y aunque es el jefe de la manada perruna, su actitud nunca es violenta con los otros miembros. Su dignidad aun se mantiene. Le basta un gruñido.
Mis hijos no le supusieron ningún
problema. Los ha asumido y soportado de bebés, y ahora los aprecia y los acepta
perfectamente. Y sabe mantener una relación súper cordial con todos los humanos
a los que quiere, entre los que se contaba mi madre.
Por otro lado, es muy poco
exigente. No es el clásico perro que pasado cierto tiempo te está pidiendo
paseo, o te reclama la comida. No. Es mucho menos coñazo que mucha gente que
conozco, y que mis perras (benditas sean que me quieren mucho, y yo a ellas, pero
son… pesadísimas) Ringo se limita a
estar. A acompañar y sentirse acompañado.
Mi perro Ringo sufrió un ictus
hace dos meses largos. Cuando me llamó Maricarmen para advertirme, supe que
algo serio le estaba pasando; salí volando del trabajo, y cuando llegué me lo
encontré tumbado en el suelo de la cocina, con la cabeza y los ojos agitados. Desparramado
en el suelo. Había vomitado varias veces. Lo vi muy mal. Llamé a Eva, Eva llamó
a Ana, y Ana me llamó a mí. No pintaba bien. Lo veríamos en consulta, pero… había
que probar, a ver como reaccionaba a lo que le pusieran…
Ese primer día, sedado hasta la
mayor posibilidad, todavía tuvo la dignidad de moverse de la camita para no
hacerse pipí encima. Y le quedaron arrestos para luchar sin perder esa dignidad
y salir adelante. Ya a los dos días se resistía a salir a “pasear” con ayuda. Y
poco a poco se ha ido recuperando. Al principio le quedó la cabeza torcida (con
cierto aire regio que recordaba a la madre del rey), pero ya casi no se le
nota. Eso si, está muy viejito y achacoso, y los paseos son cortos y la
vitalidad es menor. Pero aquí sigue, de momento.
Ahora, mientras escribo esto, y casi
siempre que he estado sentado al ordenador todos estos años, mi perro Ringo ha
estado a mis pies. De él he aprendido a ser bueno, a mantenerme en mi sitio sin
violencia, a tratar de mantener el buen carácter, a no ser coñazo, a procurar
mantener la dignidad… No hablo de lo seguro, la fidelidad, el amor y esas cosas
que se le presuponen a los perros, y que en el caso de Ringo adquieren otra
dimensión.
Estos son sólo unas breves
palabras que se aproximan de lejos a describir a mi perro y mis sentimientos, y
que no pueden contener catorce años de convivencia. Pero yo tenía que
escribirle esto. Aunque él no lo sepa, y no lo pueda leer.