Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

domingo, 13 de enero de 2013

Mi perro Ringo

Hace poco más de dos meses, mi perro Ringo sufrió un ictus. Llevaba un tiempo regular: estaba perdiendo vista, la artrosis le estaba afectando mucho, había bajado su tono vital en general; un bajón definitivo en verano. Pero no esperábamos una cosa así.

No voy a hacer aquí en mensaje de esos buenistas y acaramelados (están muy bien, a mi me encantan) que pululan por Internet de “sea tan feliz como su perro” o cosas parecidas. Simplemente voy a revolver en mi mente y me voy a acordar de mi perro, que se lo merece. Y voy a ver lo que me ha enseñado. Y voy a escribir lo que salga. Y lo voy a compartir con vosotros.

Ringo se me coló en clase siendo un cachorro va a hacer pronto catorce años. Como todo cachorro, era irrefrenablemente simpático. Pero este era muy divertido: una bola de pelo, juguetón y expansivo, buscando claramente manada, que encontró en mi casa, no sin ciertas reticencias que el mismo se ocupo de disipar.

Y resultó ser muy listo. Aprendió en seguida las órdenes que le fui enseñando. Sin egoísmos, ni dobleces. Sin premios. Ahora, cuando me he convertido en adiestrador y conozco los resortes del aprendizaje canino, he corroborado lo bueno que es mi perro y lo mucho que me quiere. Aprendía y realizaba las instrucciones sin ninguna otra satisfacción que el jugar conmigo por las tardes noches.

Más allá del instinto y de su condición de macho sin castrar (es un ligón impenitente aun hoy, que todavía busca los rastros de hembras en sus cortos y trastabillados paseos), Ringo tiene su propia personalidad. Su propio carácter. Y es esencialmente bueno. Siempre de bien humor y siempre dispuesto. No es agresivo, no es un perro serio. Además de listo, o tal vez por eso, Ringo es… bueno.

Durante cinco años fue el niño mimado de la casa. No había niños, ni había otros perros. No había competencia y el asumía perfectamente su rol. En ese entonces fuimos un día atacados por la misma “bestia”: un perro mestizo de rottweiler con algo muy grande, que le produjo un corte en la pierna y a mí un moratón en el antebrazo. Hasta eso hemos compartido.

El recoger a Lola no le hizo mucha gracia: le gruñía, no dejaba que se acercara, se interponía entre ella y yo. No digamos cuando llegaron las crías. Sin embargo, hubo un momento en el que yo creo que hasta reflexionó y tomó una decisión. Sí, ya sé que esto no es propio de perros, pero…

Y desde entonces, en esa situación y siempre ante tesituras parecidas, Ringo ha elegido ser… bueno. Y aunque es el jefe de la manada perruna, su actitud nunca es violenta con los otros miembros. Su dignidad aun se mantiene. Le basta un gruñido.

Mis hijos no le supusieron ningún problema. Los ha asumido y soportado de bebés, y ahora los aprecia y los acepta perfectamente. Y sabe mantener una relación súper cordial con todos los humanos a los que quiere, entre los que se contaba mi madre.

Por otro lado, es muy poco exigente. No es el clásico perro que pasado cierto tiempo te está pidiendo paseo, o te reclama la comida. No. Es mucho menos coñazo que mucha gente que conozco, y que mis perras (benditas sean que me quieren mucho, y yo a ellas, pero son…  pesadísimas) Ringo se limita a estar. A acompañar y sentirse acompañado.

Mi perro Ringo sufrió un ictus hace dos meses largos. Cuando me llamó Maricarmen para advertirme, supe que algo serio le estaba pasando; salí volando del trabajo, y cuando llegué me lo encontré tumbado en el suelo de la cocina, con la cabeza y los ojos agitados. Desparramado en el suelo. Había vomitado varias veces. Lo vi muy mal. Llamé a Eva, Eva llamó a Ana, y Ana me llamó a mí. No pintaba bien. Lo veríamos en consulta, pero… había que probar, a ver como reaccionaba a lo que le pusieran…

Ese primer día, sedado hasta la mayor posibilidad, todavía tuvo la dignidad de moverse de la camita para no hacerse pipí encima. Y le quedaron arrestos para luchar sin perder esa dignidad y salir adelante. Ya a los dos días se resistía a salir a “pasear” con ayuda. Y poco a poco se ha ido recuperando. Al principio le quedó la cabeza torcida (con cierto aire regio que recordaba a la madre del rey), pero ya casi no se le nota. Eso si, está muy viejito y achacoso, y los paseos son cortos y la vitalidad es menor. Pero aquí sigue, de momento.

Ahora, mientras escribo esto, y casi siempre que he estado sentado al ordenador todos estos años, mi perro Ringo ha estado a mis pies. De él he aprendido a ser bueno, a mantenerme en mi sitio sin violencia, a tratar de mantener el buen carácter, a no ser coñazo, a procurar mantener la dignidad… No hablo de lo seguro, la fidelidad, el amor y esas cosas que se le presuponen a los perros, y que en el caso de Ringo adquieren otra dimensión.

Estos son sólo unas breves palabras que se aproximan de lejos a describir a mi perro y mis sentimientos, y que no pueden contener catorce años de convivencia. Pero yo tenía que escribirle esto. Aunque él no lo sepa, y no lo pueda leer.

Frases hechas

Anoche Eva me comentó una noticia que yo ya conocía. Resulta que la Junta de Andalucía ha decidido crear un nuevo observatorio para realizar las funciones que hasta ahora realizaban los inspectores de educación. Es decir, duplicar funciones, gastos, y enchufar a más gente a la que pagar con dinero público, con la agravante de conseguir probablemente resultados mediatizados, a gusto del que paga. Y eso en plena crisis.

Y era lo que me faltaba. Cuando me iba a acostar me acorde de una frase hecha que no se si existía antes, pero que yo conocí a través de una canción de Serrat. “Harto de estar harto”. Estoy harto como ciudadano que soporta lo que todos, como funcionario que soporta recortes y medidas injustas y abusivas, y como profesor funcionario, que se enfrenta día a día al deterioro del sistema educativo sin que se tomen medidas pensadas que vayan a mejorar en realidad la educación.

Y estoy harto de estar harto de todo esto, todo el día con quejas, con protestas, de mal café. Tanto que te entran ganas de… Y en esas me acuerdo de otra frase, que tampoco sé si existe en el imaginario colectivo, pero que decía mucho mi abuelo: “tengo ganas de no tener ganas de lo que tengo ganas”. Y esa era justamente mi situación. Tanto dar vueltas a la cabeza con lo mismo, tanto malestar, tanto político incompetente y caradura, que entran ganas de…, pero en realidad yo tengo ganas de no tener ganas de eso, sino de tener el pensamiento calmado y pacífico.

Y recordé otra frase. Esta es en realidad un consejo de amigo. “A partir de los cuarenta hay que relajarse más, trabajar más calmado, tranquilito tío”.

Y sí. Eso haré. Voy a relajar mi propia tensión en el trabajo, a preocuparme menos. Pero ¿Eso cómo se hace? Esto me lo he estado intentando aplicar desde antes de haber cumplido los cuarenta. Y nada. No es fácil. O al menos a mi no me resulta todo lo fácil que debiera. Y lo intento.

No lo intentes. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”. Frase del Yoda en El imperio contraataca. Vale. Pues ya la hemos liado, porque ya me gustaría trabajar menos, más relajado; pero no lo hago.

Harto de estar harto, tengo ganas de no tener ganas de lo que tengo ganas; pero debo relajarme que me sube la tensión, y no puedo dormir. Pues no sé. Y antes de caer me viene a la memoria una frase bastante más conocida, usada por cierto grupo sevillano con mucha precisión: Al carajo.

Esto me tranquiliza. Esto si que lo puedo hacer; no intentarlo: hacerlo. Mando al carajo a tanto mandria, aparco mis historias del trabajo, y vuelvo a escribir. Con este pensamiento me duermo lentamente. Y aquí estoy, escribiendo frases hechas.

 

♫Al carajo, al carajo, que se vayan al carajo♪