Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

lunes, 27 de enero de 2014

Veredicto final




La mayor parte del tiempo, estamos perdidos. Decimos: "Por favor, Señor, dinos lo que es correcto, dinos lo que es la verdad"; “Que no hay justicia; Los ricos ganan, los pobres quedan indefensos”

 

Nos vamos cansando de oír mentir a la gente. Y tras un cierto tiempo morimos.

Pensamos en nosotros mismos como victimas. Y en eso nos convertimos. Nos hacemos... Nos hacemos débiles. Dudamos de nosotros mismos, dudamos de nuestras creencias, dudamos de nuestras instituciones; y dudamos de la ley.

Pero hoy, ustedes son la ley. Ustedes son la ley. No unos libros, ni los abogados, ni la estatua de mármol o los enredos en un tribunal.

Eso son solo símbolos de nuestro deseo de ser justos. Son en realidad una plegaria, una ferviente y temerosa plegaria…

En mi religión se dice: "Actúa como si tuvieras fe y la fe te será dada".

Si... Si queremos tener fe en la justicia, necesitamos tan sólo creer en nosotros mismos y actuar con justicia.

 

Y yo creo que hay justicia en nuestros corazones.

 

Frank Galvin (Paul Newman)

Veredicto Final

 

Película dirigida en 1982 por Sidney Lumet. Guión de David Mamet.

martes, 21 de enero de 2014

Losito Marrón y Minimono

 

Mi madre guardaba colgado en la barra del armario de mi cuarto mi antiguo osito de peluche. Estaba al final, detrás de donde están las camisas que nunca te pones y que se habían quedado pasadas y pequeñas hacía años. Metido en una bolsa de un centro comercial de Caracas, donde estuvimos seis meses en 1975. Desde entonces, o un poco después, no sé exactamente, el osito ha estado allí.

Supongo que mi madre lo guardaba con la idea de retener esos momentos de infancia que todos los padres añoramos o añoraremos de nuestros hijos. El tiempo de la inocencia y la candidez, de las risas sanas; el tiempo de disfrutar de los niños sin ambages, sin las complicaciones que va trayendo la edad. El tiempo de descubrir el mundo y en el que te sientes poderoso protector, guía hacia la vida.

Pero el tiempo no se puede retener.

Yo no sabía que el osito estaba ahí. De vez en cuando llegaba hasta la bolsa de plástico buscando algo, pero suponía que sería algo de mis padres. Y allí quedó.

Mucho tiempo después, cuando nació Carlos, ella recordó que estaba ahí. O quiso acordarse, quiso rememorar. Mi madre estaba entonces empezando su lucha contra el cáncer, y supongo que para ella fue un modo de aferrarse a la vida, a su vida, lejana, pero que ella mantenía pegada al alma, y que nunca volvería. O de proyectarse pensando que su hijo, ese al que a ella le gustaría tener todavía en brazos, todavía correteando a su alrededor, era ya padre. Yo, que jamás volvería a ser aquel niño (pero que en el fondo sigo siéndolo), no supe verlo entonces. Y no logré recordar al osito.

Mi hijo Carlos tiene un osito pequeño desde el mismo día que nació. Venía como adorno de un ramo de flores que le regalaron mis padres a Eva. Pero con tal puntería que fue su osito desde siempre y desde entonces hasta hoy aun duerme con él. Perdido su lustre, cosido y reparado mil veces, es su compañero fiel. Con Ángel no sucedió lo mismo; mantiene desde muy pequeño cierta fijación con dos pequeños peluches que vinieron de Ikea, pero no tiene un favorito.

Supongo que algún día ya no los querrán para dormir, y yo los guardaré como un pequeño tesoro, intentando, al igual que mi madre, retener esa infancia que se fue, y no sé si también la mía, mucho más lejana.

Aun sabiendo que quizá la única manera de retener el tiempo es vivirlo, vivir cada momento como si fuera el último, apurando cada segundo que pase con mis hijos de manera positiva, exprimiendo y dándome cuenta al mismo tiempo, de la infinitud de ese momento concreto.

Aunque creo que ni aun así lograré contener el paso del tiempo, ni el avance de las cosas, ni retener los retazos de vida que se escapan como destellos ante mis ojos, demasiado preocupados a veces por cosas que al correr de los años no tendrán sentido.


miércoles, 15 de enero de 2014

Mi viejo Compac Presario


Me encantan las historias y las pelis de segundas oportunidades. Esas donde un tipo se pasa la vida en segunda fila y, de repente, surge una oportunidad de despuntar, fuera completamente de plazo. O la de los que han sido estrellas y ya retirados demuestran que aun son los mejores. Pelis clásicas, como El rey del juego, o comedias amables del tipo Tin cup, Equipo a la fuerza o una inglesa de un equipo de rugby de cuyo nombre no puedo acordarme. Cowboys del espacio. O, más cercana a mis mundos, En lo más crudo del crudo invierno, sobre actores de teatro en retirada.
Por eso escribo esto. Aunque sea de una la historia de un objeto inanimado.

En el año 2001 yo andaba dando clases en el IES Cantely de Dos Hermanas. Ese curso iba a ser mi primero como Jefe de Estudios. Durante el mes de julio trabé muy buena relación con el director y el secretario. Entre los dos me convencieron de que adquiriera una oferta en Carrefour (recién nombrado de “Continente”) de un portátil. Lo hable con Eva, y no le pareció mal. Era un buen precio, que permitían financiar en doce meses sin intereses. Podíamos pagarlo al contado, pero para que casi no se notara, como me dijeron mis compañeros del equipo directivo, lo financiamos.
Era un Compaq Presario que tenía de todo. Lo más novedoso del momento. Con catorce pulgadas y un teclado de tamaño amplio, tenía un ratón táctil y el sistema touch que permitía desplazase por la pantalla arrastrando el dedo; pentium 4, con 250 megas de memoria RAM, y un giga de disco duro. No tenía wifi, pero es que entonces eso no existía; poco después se empezó a hablar de bluetooth. Con este, si te querías conectar tenía que ser por cable, como todo el mundo entonces. Pero tenía grabador de cds, cosa que nuestro ordenador de sobremesa no tenía. Resumiendo: era lo más.
Y tuvo un arranque fulgurante. Fue muy usado. Como portátil o en el salón, como segundo ordenador, conectado con un cable cruzado naranja de doce metros, que ahora no soy capaz de encontrar en el trastero. Desde entonces lo he llevado casi siempre y hasta hace muy poco a todas las playas en verano. En él escribí buena parte de mi tesina; planifiqué cuatro años la plantilla del centro, los grupos y los horarios de Cantely. Y grabamos muchos cds, hasta que le compramos un grabador de cds y lector de dvds al ordenador de mesa. Ahí empezó su declive.
La tecnología avanzó. Llegaron los notebooks, que a nosotros en realidad resultaron un fiasco, pero ya tenían wifi, pesaban menos. Compramos un nuevo ordenador con hdmi, muchísima más memoria, mas capacidad de manejo de datos y gráficos, y dejamos al barebone, cumplidamente formateado y ampliado, de segundo ordenador.
Poco a poco el Compac Presario se fue quedando olvidado. A pesar de que le hicimos ampliaciones de memoria, tanto RAM como de disco duro, lo formateamos, hasta la adquirimos una tarjeta de wifi; le cambiamos el sistema operativo y funciona bien, y rapidito, se fue quedando apartado, relegado a la azotea para conectarse a Internet y hacer funcionar el karaoke.
Pero el lunes, cuando había terminado los videos de Historia de la Música y los iba a mostrar en clase, resultó que en el ordenador del aula no corrían bien; ni en el portátil del insti; ni siquiera en mi barebone. Sólo con mi primer ordenador de mesa. A la desesperada probé con mi viejo Compac Presario, y no se por qué razón, si por la falta de ocupación de la RAM o por puro coraje, pero él sí era capaz de mostrarlos. Volvió a tener su momento de gloria.

Ahora durante unos meses me acompañará a las clases para poder proyectar de manera correcta los vídeos en el aula. A pesar de su grueso perfil y su aspecto anticuado, sigue estando ahí, como un campeón. Como en los viejos tiempos. 

martes, 7 de enero de 2014

Planes pal 2014 y otros asuntos pendientes


Montar el riego en la azotea; regar las de interior regularmente; preparar las listas de los ocho cursos para los dos próximos trimestres; grabar el curso de historia de la música; si sale bien grabar uno de teoría de la música; los cursos de cursera (el primero empieza en febrero); intentar trabajar en pasen, al menos en el grupo que doy inglés; preparar mejor las clases de inglés…

Digitalizar las cintas de video de la cámara; ordenar y recuperar fotos de los móviles; hacer copias de seguridad de un montón de archivos de fotos; ordenar la cantidad inacabables de archivos de audio y video que tengo por todas partes; ver esos archivos; ver películas pendientes; ir más al cine…

Escribir; escribir en el blog; escribir artículos para love4musicals; escribir la tesis; la mini-historia del cine, que cada día es menos mini; las actas del departamento y del área artística…

Tocar el saxofón; tocar la flauta con Carlos; practicar y realizar arreglos musicales…

Pasar a limpio los apuntes de adiestramiento; clasificar las fichas de adiestramiento y ordenar bien los apuntes; más propaganda de fidecanis, buscar más trabajo de adiestramiento que me oxido; terminar de leer los libros de adiestramiento; leer los libros pendientes, que se acumulan…

Hacer ejercicio; montar en bici con Dana; montar en bici con los niños; estar más tiempo con los niños; ordenar mejor el tiempo de estudio de los niños; también jugar más con los niños; excursiones, cine…

Revisar y hacer limpia de zapatos; revisar y hacer limpia de pantalones (no porque esté engordando, es por viejos y/o en desuso)

Y lo que no se me ocurre pero saldrá ya mismo… sin olvidar llevar una vida ordenada, cuidar la salud y la alimentación, y todas esas cosas…

 

Y según los teóricos, la base del éxito, de conseguir los objetivos, es reducirlos al máximo y priorizarlos.
Abarco demasiado, pero ¿cómo priorizar y diversificar al mismo tiempo?
Iremos viendo…
De momento, vámonos con las listas…

Decisiones, decisiones...


La vida es, entre otras muchas cosas, un cúmulo de decisiones. Tomamos decisiones todos los días. A cada momento. Levantarnos cinco minutos antes o apurar al tiempo justo, la ropa que nos ponemos, si desayunamos tostadas o cereales, o el medio de transporte que escojamos. Muchas de estas están automatizadas o forman parte de la rutina, lo que no quiere decir que no sean decisiones. El hecho mismo de convertirlas en una rutina es una decisión. Cenar ligerito para dormir mejor; qué serie ver por la noche en la tele. Todas estas cosas nos permiten ir pasando los días, que se van sucediendo sin demasiado sentido.

Luego están otras decisiones de menor frecuencia y un poco menos rutinarias. Cortarnos el pelo, o el tipo de peinado; invertir en tal o cual asunto más tiempo o dinero; el tipo de coche, según necesidades o gusto o posición; a quien votar o no hacerlo.

Con otras tratas de formar el carácter. Cuestan, porque ya las tenemos arraigadas y hay que hacer un esfuerzo consciente: ser más paciente, estar más tiempo con los niños; hacer ejercicio, comer sano y no cometer excesos. Pensarme las cosas un poco, ser mejor persona.

Y están las de mayor transcendencia, las que se deben tomar con tiempo, porque se piensan para el largo plazo. Los estudios que haces, el trabajo que eliges (aunque ahora es más complejo y cada vez es a plazo más corto), con quien me debo casar, si decido hacerlo; tener hijos o no (el tener un hijo no te convierte en padre, del mismo modo que tener un piano no te convierte en pianista), el tipo de vivienda y su modo de pagarla. El modo general de vida.

Un buen número de decisiones acertadas en cada uno de estos estratos, te facilita la vida, te la acerca a la felicidad. Existen, desde luego, otras influencias, imprevistos, reacciones inesperadas. No hay, además, una receta que garantice buenas decisiones; no podemos evitar equivocarnos. De hecho, buena parte se comprueban a posteriori si fueron decisiones acertadas o no.

Pero hay otras que nacen viciadas, o que tienen su origen en impulsos guiados por instintos bajos, o que se ven erróneas (que no arriesgadas) desde el principio. De estas, si no las reconoces, o no te das cuenta, te advierten las personas más cercanas.

Si acumulamos decisiones equivocadas no debemos sorprendernos de que las cosas no nos vayan demasiado bien, aunque no seamos malas personas.