Me encantan las historias y las pelis de segundas
oportunidades. Esas donde un tipo se pasa la vida en segunda fila y, de
repente, surge una oportunidad de despuntar, fuera completamente de plazo. O la
de los que han sido estrellas y ya retirados demuestran que aun son los
mejores. Pelis clásicas, como El rey del juego, o comedias amables del
tipo Tin cup, Equipo a la fuerza o una inglesa de un equipo de
rugby de cuyo nombre no puedo acordarme. Cowboys del espacio. O, más
cercana a mis mundos, En lo más crudo del crudo invierno, sobre actores
de teatro en retirada.
Por eso escribo esto. Aunque sea de una la historia de un
objeto inanimado.
En el año 2001 yo andaba dando clases en el IES Cantely de
Dos Hermanas. Ese curso iba a ser mi primero como Jefe de Estudios. Durante el
mes de julio trabé muy buena relación con el director y el secretario. Entre
los dos me convencieron de que adquiriera una oferta en Carrefour (recién nombrado
de “Continente”) de un portátil. Lo hable con Eva, y no le pareció mal. Era un
buen precio, que permitían financiar en doce meses sin intereses. Podíamos
pagarlo al contado, pero para que casi no se notara, como me dijeron mis
compañeros del equipo directivo, lo financiamos.
Era un Compaq Presario que tenía de todo. Lo más novedoso del
momento. Con catorce pulgadas y un teclado de tamaño amplio, tenía un ratón táctil
y el sistema touch que permitía desplazase por la pantalla arrastrando el dedo;
pentium 4, con 250 megas de memoria RAM, y un giga de disco duro. No tenía
wifi, pero es que entonces eso no existía; poco después se empezó a hablar de
bluetooth. Con este, si te querías conectar tenía que ser por cable, como todo
el mundo entonces. Pero tenía grabador de cds, cosa que nuestro ordenador de
sobremesa no tenía. Resumiendo: era lo más.
Y tuvo un arranque fulgurante. Fue muy usado. Como portátil o
en el salón, como segundo ordenador, conectado con un cable cruzado naranja de
doce metros, que ahora no soy capaz de encontrar en el trastero. Desde entonces
lo he llevado casi siempre y hasta hace muy poco a todas las playas en verano.
En él escribí buena parte de mi tesina; planifiqué cuatro años la plantilla del
centro, los grupos y los horarios de Cantely. Y grabamos muchos cds, hasta que
le compramos un grabador de cds y lector de dvds al ordenador de mesa. Ahí
empezó su declive.
La tecnología avanzó. Llegaron los notebooks, que a nosotros en
realidad resultaron un fiasco, pero ya tenían wifi, pesaban menos. Compramos un
nuevo ordenador con hdmi, muchísima más memoria, mas capacidad de manejo de
datos y gráficos, y dejamos al barebone, cumplidamente formateado y ampliado,
de segundo ordenador.
Poco a poco el Compac Presario se fue quedando olvidado. A
pesar de que le hicimos ampliaciones de memoria, tanto RAM como de disco duro,
lo formateamos, hasta la adquirimos una tarjeta de wifi; le cambiamos el sistema
operativo y funciona bien, y rapidito, se fue quedando apartado, relegado a la
azotea para conectarse a Internet y hacer funcionar el karaoke.
Pero el lunes, cuando había terminado los videos de Historia
de la Música y los iba a mostrar en clase, resultó que en el ordenador del aula
no corrían bien; ni en el portátil del insti; ni siquiera en mi barebone. Sólo
con mi primer ordenador de mesa. A la desesperada probé con mi viejo Compac Presario,
y no se por qué razón, si por la falta de ocupación de la RAM o por puro
coraje, pero él sí era capaz de mostrarlos. Volvió a tener su momento de
gloria.
Ahora durante unos meses me acompañará a las clases para
poder proyectar de manera correcta los vídeos en el aula. A pesar de su grueso
perfil y su aspecto anticuado, sigue estando ahí, como un campeón. Como en los
viejos tiempos.