La vida es, entre otras muchas cosas, un cúmulo de
decisiones. Tomamos decisiones todos los días. A cada momento. Levantarnos
cinco minutos antes o apurar al tiempo justo, la ropa que nos ponemos, si
desayunamos tostadas o cereales, o el medio de transporte que escojamos. Muchas
de estas están automatizadas o forman parte de la rutina, lo que no quiere decir
que no sean decisiones. El hecho mismo de convertirlas en una rutina es una
decisión. Cenar ligerito para dormir mejor; qué serie ver por la noche en la
tele. Todas estas cosas nos permiten ir pasando los días, que se van sucediendo
sin demasiado sentido.
Luego están otras decisiones de menor frecuencia y un poco
menos rutinarias. Cortarnos el pelo, o el tipo de peinado; invertir en tal o
cual asunto más tiempo o dinero; el tipo de coche, según necesidades o gusto o
posición; a quien votar o no hacerlo.
Con otras tratas de formar el carácter. Cuestan, porque ya
las tenemos arraigadas y hay que hacer un esfuerzo consciente: ser más
paciente, estar más tiempo con los niños; hacer ejercicio, comer sano y no
cometer excesos. Pensarme las cosas un poco, ser mejor persona.
Y están las de mayor transcendencia, las que se deben tomar
con tiempo, porque se piensan para el largo plazo. Los estudios que haces, el
trabajo que eliges (aunque ahora es más complejo y cada vez es a plazo más
corto), con quien me debo casar, si decido hacerlo; tener hijos o no (el tener
un hijo no te convierte en padre, del mismo modo que tener un piano no te
convierte en pianista), el tipo de vivienda y su modo de pagarla. El modo
general de vida.
Un buen número de decisiones acertadas en cada uno de
estos estratos, te facilita la vida, te la acerca a la felicidad. Existen,
desde luego, otras influencias, imprevistos, reacciones inesperadas. No hay, además,
una receta que garantice buenas decisiones; no podemos evitar equivocarnos. De
hecho, buena parte se comprueban a posteriori si fueron decisiones acertadas o
no.
Pero hay otras que nacen viciadas, o que tienen su origen
en impulsos guiados por instintos bajos, o que se ven erróneas (que no
arriesgadas) desde el principio. De estas, si no las reconoces, o no te das
cuenta, te advierten las personas más cercanas.
Si acumulamos decisiones equivocadas no debemos
sorprendernos de que las cosas no nos vayan demasiado bien, aunque no seamos
malas personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario