Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

martes, 13 de enero de 2015

Después

Al escuchar los pasos de su padre subir las escaleras ya sabía lo que vendría después. Ni se preocupó en disimular. De hecho, la mochila estaba abajo. El ya sabía que tenía que hacer los deberes. No sabía muy bien por qué o para qué. Solo sabía que tenía que hacerlos, y que no le apetecía.
- Tienes que hacer los deberes
- Ya, pero es que no quiero.
- Pero es que tienes que hacerlos.
- Pero es que yo quiero jugar.
- Ya jugarás después.

“Después”. La palabra terrible. Todo va a ser “después”, y al final no pasa… ver la tele, ir al cine, jugar con los legos, salir a jugar, ir a casa de Pablo… ¿A qué tantos deberes después de estar todo el día en el cole; para cuando voy a jugar con los legos, para cuando termine los deberes, que son el cuento de nunca acabar?
No se inmuta de momento y sigue con sus juegos.
El padre trata de no enfadarse y sin mucha convicción repite: “Tienes que hacer los deberes”. Se da la vuelta y baja las escaleras. Cada paso le suena como un clavo hundiéndose en su convicción. ¿A qué tantos deberes después de estar todo el día en el cole? ¿Cuando va a jugar con los legos, cuando termine los deberes que son el cuento de nunca acabar? ¿Cuando haya crecido y jugar con los legos ya no tenga sentido? ¿Cuando los asuntos vayan ya por otro camino y jugar con los legos sea cosa de niños? ¿Cuando la ilusión del juego, del logro y de la sorpresa ya no exista, no la recuerde? Entonces los legos ya habrán perdido su sentido, si es que lo tienen, suponiendo que algo tenga sentido.
El padre tropieza con la mochila que debía estar arriba y abierta. La mira.
- Deberías estar haciendo los deberes.


En casa de sus padres todavía hay cajas de legos. Las piezas están casi nuevas. Se usaron poco en realidad. También hay una bolsa de tela que tejió su abuela y que tiene canicas dentro. Y un Scalextric cuidadosamente guardado, que solo se montaba en Navidad; se usó en pocas ocasiones a lo largo de años. Se guardaba para después. Y al fondo del segundo cajón, un montón de historias que inventar, pendientes a ser jugadas después de terminar unos deberes que al final no sirvieron para orientar su vida posterior; no sirvieron para convertirle en una persona más sociable, más entrante, más segura y confiada. No sirvieron para después. No sirvieron para nada. 

lunes, 12 de enero de 2015

Año Nuevo, Vida Igual


El otro día bajé al trastero los adornos de Navidad, ya retirados. El nuevo año ha empezado su ritmo cotidiano, y ya era necesario recoger la casa. Metido en la actividad de poner orden, reviso los propósitos de año nuevo del año pasado, que encima están publicados por aquí abajo, y compruebo que el resultado es digno de sonrojo. La mayor parte de ellos duraron tanto como los últimos adornos de Navidad. Uno hace inventario, listas y planes con muy buena voluntad, y luego llega la realidad del día a día y, como un martillo pilón, los aplasta y reduce.
En la lista del año pasado había cosas para realizar puntualmente, actividades con final, y, sobre todo, ideas de cambio de hábito. Es cierto que algunas cosas con final sí que he terminado, y que, como la intención de cambiar de hábitos o coger habitualidad en según qué cosas siempre está presente, algo de cada cosa he ido haciendo. Pero creo que no he conseguido adoptar con regularidad ninguno de los hábitos propuestos.
No es que sea muy grave en cuanto a salud -no tengo un sobrepeso alarmante ni tengo que dejar de fumar- pero resulta como poco descorazonador. Además, algunos de los planes iban referidos a hacer más cosas con los niños en todos los sentidos: estar pendiente de su estudio, estudiar con ellos, jugar al fútbol, jugar en general, montar en bici, organizar el tiempo… Y entonces surgen dudas sobre cómo lo estás haciendo como padre. No veo que mis hijos estén muy ordenados con respecto a su horario de estudio y su horario de juego, el desorden reina en sus cosas y ya por ende en toda mi casa, y encima el mayor empieza a flojear en clase.
Dicen los expertos que para lograr su cumplimiento, lo básico es simplificar al máximo el número de objetivos, proponerse una o dos cosas, y eso implicará cambios paralelos en hábitos y demás zarandajas. No estoy muy seguro de que sólo con eso se logre, y, en cualquier caso, no sé como hacerlo, y menos a comienzos de año, donde se agolpan las urgencias de lo que no has hecho y deberías, y de lo nuevo que quieres hacer.
No obstante, habrá que intentarlo. Me propondré un único objetivo, y dejaré que los otros vayan llegando, a ver qué tal. Lo que no sé es si compartirlo aquí, no sea que alguien lo lea y comprobando el resultado, mi sonrojo sea aun mayor.
Ya iremos viendo a lo largo del año si lo cuento o no. Por cierto, que es Año Nuevo: lleguen a todos mis mejores deseos para 2015; que al contrario que a mi, no os asalten tantas dudas, y que vuestros planes sean concretos y se cumplan.
FELIZ AÑO NUEVO.