Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

sábado, 21 de diciembre de 2013

Mi amigo Tuti


Tenia pensado escribir por aquí (y lo terminaré haciendo) que el sábado pasado estuvimos, junto con unos cuantos más, en el campo de Regla, donde justo hace dos Dana se nos pegó, y explicar en qué medida nos ha cambiado a todos la llegada de la perra.
Pero cuando estaba con esas ideas rodando recibí la maldita noticia de que uno de los asistentes a esa reunión, Tuti,  había fallecido repentinamente. Son de esas cosas que no te puedes creer, que parece que no comprendes, que ha sido un error. No podía ser, si nos habíamos estado riendo un montón el sábado…
Y qué menos que didcarle mis pensamientos; qué menos que escribírselos...
 
Conocí a Tuti hará tres años en una reunión de una antigua pandilla de amigos que veraneaban en Chipiona. En unos bloques de Chipiona. Yo fui porque Eva veranea allí desde pequeña, pero yo no conocía a casi nadie. Había allí un montón de personas desconocidas, pero a lo largo del día ya más o menos te quedas con algunos nombres, algunas caras…
Tuti y yo creo que nos caímos bien en seguida. En realidad era muy difícil que Tuti no te cayera bien: siempre con una sonrisa en los labios, siempre con alguna palabra de tranquilidad o de amabilidad. A partir de entonces hemos coincidido unas quince o veinte veces en reuniones más bien festivas. Y creo que con él, y también con su mujer, Miriam, surgió un sincero afecto. Nos contábamos como nos iba, la evolución de nuestros hijos y sus hijas, charlábamos de casi todo,… como hicimos el sábado…
Era muy difícil que Tuti tuviera una mala palabra de alguien, o encontrarle enfadado; al contrario, siempre tenía una palabra de tranquilidad, de sosiego casi; siempre atento a las cosas; siempre un “¿Que pasa, como estamos?” “Bien, ¿no?”.
Entiendo que hoy en Jerez se hubiera reunido tanta gente. Era una persona como pocas, y perderlo de esa manera tan repentina, y siendo tan joven es muy difícil de aceptar, y nos deja a todos un poco desnortados. Y mucha gente siente su ausencia.
 
El mundo era mejor con él dentro.
 
Pero no quiero que este sea un recuerdo triste. Supongo que Tuti no hubiera querido. Creo que quizá ni lo hubiera permitido.
Quiero verlo ahora desplegando toda su humanidad en la playa, jugando y riéndose con mi hijo pequeño y sus reacciones con él. Quiero verlo cómo nos vimos el sábado, y despedirnos tan tranquilos, tan contentos, con un abrazo y un beso hasta la próxima.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Sunday is a lazy day

Cuando estuve estudiando inglés en Irlanda durante un mes, allá por el pleistoceno superior, esa era la frase que cada domingo solía repetir mi familia de acogida. Teniendo en cuenta que era verano, lucía el sol y no hacía demasiado frío, para los irlandeses era el tiempo perfecto. Y era perfectamente comprensible que fuera “lazy”: levantarse temprano, pasear, saludar a vecinos, ir a la misa matinal (Irlanda es muy católica) y saludar a todos los parroquianos y al cura… algún arreglo en casa, comida tranquilita, paseo vespertino…
Hoy hace aquí un domingo muy parecido a aquellos. Y además se dan circunstancias que me transmiten esa sensación. Me he tirado unos días o atareado, o con prisas por hacer cosas, aunque no fueran de trabajo. Y hoy, después de pasar ayer un magnifico día en el campo, me siento como liberado, y se me ofrece por delante un día tranquilito. He decidido dar un paseo largo con Lola y Dana. A mi me encanta salir temprano los domingos. Te da cierta sensación de clandestinidad: no se oyen coches, no te cruzas con casi nadie por la calle, solo algún vecino que van con prisas a comprar el pan para el desayuno, o los churros. En la Avenida de Finlandia están preparando los puestos para el mercadillo. A mediodía estarán abarrotados, lo mismo que las terrazas de los bares y quioscos, y habrá un montón de niños corriendo y jugando por los columpios. Ahora no. Las personas que están montando los puestos te saludan contentas.
Cuando llego al descampado del final, los alrededores del solar enorme donde Zoido va a construir un centro deportivo con una pista de esquí artificial (eso pone para este barrio su programa de alcalde) nos encontramos con Fresa, otra galga. Fresa es muy asustadiza, y su dueña rara vez la deja suelta. Pero hace unos meses han acogido a un pequeño macho mestizo, que ha ayudado a socializar a Fresa. Y hoy la ha soltado y ella y Dana han estado corriendo como locas al sol de la mañana por las zonas verdes de detrás del Fremap. Lo han pasado genial.
A la vuelta, después de un buen paseo, resulta que Zoido está por aquí, inaugurando el nuevo nombre de una rotonda (ahora glorieta) abierta al tráfico desde 2005. Justo delante del solar donde se tiene que construir el centro deportivo.
Los domingos como hoy, con sol, son días tranquilos, de terracitas, mercadillos y paseos. Pero para que es tranquilidad sea posible, hay otras personas para los que los domingos son día de trabajo fuerte. Su esfuerzo es necesario para ese beneficio de otros. En mi barrio el alcalde no es una de estas personas.

Me voy a pasear con Ringo.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Por darme el gustazo, más que por necesidad


Con el propósito de recuperar, de desempolvar el blog, he estado releyendo las entradas pasadas. Haciendo arqueología. Y me he dado cuenta de que tengo un montón de artículos publicados. El blog es suficientemente antiguo como para eso. Estuve especialmente activo en 2010. Algún artículo incluso tuvo comentarios, o alguno salió especialmente jugoso.
Cada cierto tiempo hay alguno del tipo “voy a escribir más veces, con entradas más cortas” como el del otro día. Soy muy recurrente, según parece.
No se si todo esto debe desanimarme o animarme, pero como estamos cerca de Navidad, y con las evaluaciones terminadas, estoy propenso al optimismo. Y decido animarme: hay un montón de cosas escritas, y habrá alguien que las hay leído, o incluso alguien que llegue por error y le llame la atención. Hay incluso referencias y fechas que ayudan a recordar cosas y momentos, y que en su día me ayudaron a reordenar pensamientos y tranquilizar el espíritu. Hay cosas de Eva, de los niños, de mis perros (de Dana casi nada), de las cigüeñas de Bellavista; cosas de educación, cosas de otras cosas, alguna broma,... Partes al menos curiosas o interesantes.
No hay nada de adiestramiento, curiosamente. En 2011 y 2012 la producción desciende. Fue esa la época del curso de adiestramiento, de los cursos de coursera (hice cuatro el año pasado) Supongo que Facebook se ha llevado su parte. Pero escribir en un blog no es lo mismo. Merece la pena mantenerlo.
William Lever, Lord Leverhulme, un inquieto y pertinaz hombre de negocios victoriano, decía algo así como “se que la mitad de mi publicidad no sirve para nada, pero no se exactamente qué mitad”. De escribir en un blog se puede decir casi lo mismo; casi de la vida en general. Como me decía una vez Miguel Cisneros “nunca se sabe quien puede estar leyendo”. Nunca se sabe a quien afectará lo que digas o hagas. 
Dan Ariely es uno de los autores de uno de los cursos de coursera que hice el año pasado. Algún día tengo que escribir en el blog sobre el. Me gustó tanto que me he comprado dos libros suyos. En uno habla sobre la motivación de escribir en un blog, y concluye que, básicamente, la posibilidad de escribir para ser leído, aunque fuera por una sola persona, es suficiente para darse el gustazo de escribir un blog.

Pues eso. Escribir para darse el gustazo, Y si alguien lo lee y le gusta, le sirve, le alegra o le conmueve, pues mejor. Con cuatrocientas palabras más o menos.

martes, 10 de diciembre de 2013

Volver a La Antilla


Volver a La Antilla para mí es volver a la esencia de las cosas.
A pesar de no haber nacido allí, ni de vivir allí la mayor parte de mi tiempo, sin ni siquiera haber vivido en la playa durante largas temporadas, La Antilla es algo así como el lugar al que pertenezco. No descubro nada si digo que el tiempo acentúa más los buenos recuerdos. Sólo que además, por alguna razón selectiva, los recuerdos que más retengo de La antilla van ligados a mi segunda infancia y primera juventud, en verano, con iguales, tiempo libre, bicis… No deben ser muy malos. Y volver a la Antilla me produce una agradable mezcla de nostalgia y alegría.
Eso hace que sea el sitio donde siempre espero encontrar cierto equilibrio, cierta paz, unido a diversión y relajo.
Este verano, como la mayoría sabe, debido al incendio en la terraza de mi casa de Sevilla, no pudimos estar todo el tiempo que queríamos y teníamos planeado; y el tiempo que estuvimos no fue relajante. No podía ser.
No fue un verano descansado, y el principio de curso no ayudo precisamente a rebajar tensiones. Hay más horas, más alumnos, más reuniones, menos tiempo para nada…
Mirando el calendario hace un mes, comprobé que este año sí que había puente de constitución-inmaculada. El año pasado no hubo (tuvimos karaokada Beatle para compensar). Y planeamos irnos para La Antilla unos pocos.
Y ha sido el puente perfecto. Ha hecho un tiempo estupendo; al sol, casi se podía estar en camisa; se ha podido pasear, charlar, beber y comer agradablemente y sin prisas…
Como objetivos principales (otra excusa para ir) tenía el que mi hijo pequeño consiguiera de una vez quitar los ruedines a la bici, y que los perros (sobre todo Ringo) pasearan y corrieran por la playa desierta. Y todo eso también lo conseguimos.
Pero además hemos disfrutado de la compañía, los niños han podido jugar y corretear al aire libre (y montar en bici, claro); nos hemos reído mucho y lo hemos pasado muy bien; no hemos puesto la tele de viernes a lunes, y ni siquiera nos hemos dado cuenta.  
Volver a La Antilla es volver a la vez a un tiempo y un espacio. El lugar donde has sido feliz. Pero es volver a la esencia para propiciar el futuro.

Que me lo he pasado muy bien, vamos. Y que me ha sentado estupendamente.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Cuatrocientas palabras




De los blogs personales que visito, observo que sus entradas son notoriamente más breves que las mías. He de reconocer que como aquí suelo escribir sobre lo que me interesa o me conmueve, me dejo llevar por la abundancia narrativa, con el riesgo (seguro) de aburrir y ahuyentar a la posible (y breve) concurrencia. Y con el resultado de una fuerte intermitencia.

Teniendo en cuenta también la popularidad de la inmensa brevedad de los “tweets”, parece que aquello de Baltasar Gracián (“lo breve, si bueno, dos veces bueno”) está más actual que nunca. Claro que esa frase presupone que lo que escribes brevemente debe ser bueno. Si no…; si no, se puede aplicar la segunda frase de la cita, menos conocida: “Y aun lo malo, si poco, no tan malo” Esto tranquiliza más, e invita al entusiasmo en la brevedad de los escritos.

Así pues, trataré de ajustarme a partir de ahora a la brevedad media de unas cuatrocientas palabras. Y conste que me cuesta.

Y es que sentarme a escribir es una actividad que me llama poderosamente la atención y que suelo realizar un montón de veces, sin llegar la mayoría de esas veces a ningún puerto. Como lo hago a salto de mata, entre momento ocupado y momento ocupado, al final no cristalizo nada. Y a lo mejor es porque me tiendo a extender demasiado.

Pero ¿se puede escribir algo con enjundia suficiente con cuatrocientas palabras? Javier Marías o Arturo Pérez Reverte lo hacen casi todos los domingos con unas ochocientas.

He de reconocer que yo no soy tan regular. Podría escudarme en eso. También he de reconocer que yo no soy tan escritor. Eso no es una excusa, es un hecho.

Pues bien. Resuelvo. He de intentarlo nuevamente. Vamos a ver si con más brevedad, su miaja de enjundia, y su poquito de futilidad, puedo mantener aireado el blog.

Con cuatrocientas palabras más o menos cada vez.