Tenia
pensado escribir por aquí (y lo terminaré haciendo) que el sábado pasado estuvimos,
junto con unos cuantos más, en el campo de Regla, donde justo hace dos Dana se
nos pegó, y explicar en qué medida nos ha cambiado a todos la llegada de la
perra.
Pero
cuando estaba con esas ideas rodando recibí la maldita noticia de que uno de
los asistentes a esa reunión, Tuti, había
fallecido repentinamente. Son de esas cosas que no te puedes creer, que parece
que no comprendes, que ha sido un error. No podía ser, si nos habíamos estado
riendo un montón el sábado…
Y qué menos que didcarle mis pensamientos; qué menos que escribírselos...
Conocí
a Tuti hará tres años en una reunión de una antigua pandilla de amigos que
veraneaban en Chipiona. En unos bloques de Chipiona. Yo fui porque Eva veranea
allí desde pequeña, pero yo no conocía a casi nadie. Había allí un montón de
personas desconocidas, pero a lo largo del día ya más o menos te quedas con
algunos nombres, algunas caras…
Tuti
y yo creo que nos caímos bien en seguida. En realidad era muy difícil que Tuti
no te cayera bien: siempre con una sonrisa en los labios, siempre con alguna
palabra de tranquilidad o de amabilidad. A partir de entonces hemos coincidido
unas quince o veinte veces en reuniones más bien festivas. Y creo que con él, y
también con su mujer, Miriam, surgió un sincero afecto. Nos contábamos como nos
iba, la evolución de nuestros hijos y sus hijas, charlábamos de casi todo,… como
hicimos el sábado…
Era
muy difícil que Tuti tuviera una mala palabra de alguien, o encontrarle
enfadado; al contrario, siempre tenía una palabra de tranquilidad, de sosiego
casi; siempre atento a las cosas; siempre un “¿Que pasa, como estamos?” “Bien,
¿no?”.
Entiendo
que hoy en Jerez se hubiera reunido tanta gente. Era una persona como pocas, y
perderlo de esa manera tan repentina, y siendo tan joven es muy difícil de
aceptar, y nos deja a todos un poco desnortados. Y mucha gente siente su
ausencia.
El
mundo era mejor con él dentro.
Pero
no quiero que este sea un recuerdo triste. Supongo que Tuti no hubiera querido.
Creo que quizá ni lo hubiera permitido.
Quiero
verlo ahora desplegando toda su humanidad en la playa, jugando y riéndose con
mi hijo pequeño y sus reacciones con él. Quiero verlo cómo nos vimos el sábado,
y despedirnos tan tranquilos, tan contentos, con un abrazo y un beso hasta la
próxima.