De
los blogs personales que visito, observo que sus entradas son notoriamente más
breves que las mías. He de reconocer que como aquí suelo escribir sobre lo que
me interesa o me conmueve, me dejo llevar por la abundancia narrativa, con el
riesgo (seguro) de aburrir y ahuyentar a la posible (y breve) concurrencia. Y
con el resultado de una fuerte intermitencia.
Teniendo
en cuenta también la popularidad de la inmensa brevedad de los “tweets”, parece
que aquello de Baltasar Gracián (“lo breve, si bueno, dos veces bueno”) está más
actual que nunca. Claro que esa frase presupone que lo que escribes brevemente debe
ser bueno. Si no…; si no, se puede aplicar la segunda frase de la cita, menos
conocida: “Y aun lo malo, si poco, no tan malo” Esto tranquiliza más, e invita
al entusiasmo en la brevedad de los escritos.
Así
pues, trataré de ajustarme a partir de ahora a la brevedad media de unas
cuatrocientas palabras. Y conste que me cuesta.
Y
es que sentarme a escribir es una actividad que me llama poderosamente la
atención y que suelo realizar un montón de veces, sin llegar la mayoría de esas
veces a ningún puerto. Como lo hago a salto de mata, entre momento ocupado y
momento ocupado, al final no cristalizo nada. Y a lo mejor es porque me tiendo
a extender demasiado.
Pero
¿se puede escribir algo con enjundia suficiente con cuatrocientas palabras? Javier
Marías o Arturo Pérez Reverte lo hacen casi todos los domingos con unas
ochocientas.
He
de reconocer que yo no soy tan regular. Podría escudarme en eso. También he de
reconocer que yo no soy tan escritor. Eso no es una excusa, es un hecho.
Pues
bien. Resuelvo. He de intentarlo nuevamente. Vamos a ver si con más brevedad,
su miaja de enjundia, y su poquito de futilidad, puedo mantener aireado el
blog.
Con
cuatrocientas palabras más o menos cada vez.
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