Después de la Segunda Guerra
Mundial, en 1947, Edimburgo organizó un Festival Internacional, centrado en
representaciones de teatro, ópera y conciertos. Ocho compañías quedaron fuera de
programa, y organizaron su propio festival on
the fringe, algo así como en el límite. Desde entonces el Fringe se ha convertido en el festival
de teatro más importante del mundo, sin desmerecer al Festival Internacional,
que atrae a las grandes figuras de la escena británica y americana.
Así, durante el mes de agosto, en
la capital de Escocia se concentran una enorme cantidad de agrupaciones
escénicas de todo tipo, a todos los niveles. Coinciden el Festival
Internacional, el Fringe, el Military Tattoo, el encuentro de agrupaciones
teatrales de institutos americanos, miles de artistas callejeros entre músicos,
acróbatas, magos, actores, mimos; las compañías del Fringe ofrecen en la Royal
Mile (la calle central de Edimburgo) pequeños fragmentos de lo que ofrecen: musicales,
revisiones de Shakespeare, transgresiones, vanguardias… La ciudad entera está
implicada y hay representaciones en teatros, pubs, iglesias, y hasta salones de
viviendas; y el centro ofrece un espectáculo multiescénico de una vitalidad
arrolladora, que cautivaría a cualquier persona, no solo a los amantes del
teatro.
Para mí ha sido un espectáculo
fascinante, embriagador, que me ha golpeado en la cara, me ha noqueado y me ha
vuelta a espabilar. Este año, gracias a la generosidad de Sara, amiga y antigua
alumna, he podido ver cumplido el sueño de estar en Edimburgo en agosto. Y
contemplar tanto entusiasmo, tanta vitalidad y entrega en las jóvenes compañías
del Fringe me ha devuelto a mí mismo hace mucho tiempo. Me imaginé, me vi con
ese mismo entusiasmo hace veinticinco años. Yo tenía que haber estado allí, tenía
que estar allí en ese momento, pero al otro lado del telón. Me vi con mi grupo,
no sé si decir compañía, a principios de los noventa, cuando después de ver
nuestros montajes, fuimos invitados dos años consecutivos al Festival de Avignon,
y al que al final no asistimos. Creo yo que fue por miedo, por falta de
confianza en las propias posibilidades. En algún momento de mi formación, en
alguna esquina del camino, se quedó la educación en la confianza en uno mismo,
la autoestima, o como quiera que se llame. Y me faltó dar el paso. Dejando al
margen mis cualidades, siempre discutibles, me faltó la fe y el atrevimiento. No
tuve la suficiente confianza, convicción o determinación para perseverar, para
no darse por vencido y retirarse antes de que la pelea hubiera ni siquiera
comenzado. Y poco a poco, otros caminos y otras posibilidades fueron
apareciendo.
No sé qué habría pasado. No sé si
la vida que hubiera resultado me habría gustado en realidad. No me quejo. La
educación es una ocupación intensa y vital, y me ha dado todo lo que tengo
ahora. Y me ha permitido seguir en contacto con la practica teatral. Si no a nivel
profesional, sí con el mismo nivel de exigencia y la misma pasión y entusiasmo.
Pero la pulsión sigue ahí.
El viaje, el haber presentado un
proyecto a Microteatro, un grupo de artes escénicas que ha salido para cuarto…
todo eso ha desenterrado esa pulsión y la ha devuelto a flor de piel. Tanto,
que hasta me podría plantear participar en el Fringe el año próximo, que conmemoran
su setenta aniversario.
Aunque quizá ya es demasiado
tarde.
O quizá no.