Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

jueves, 18 de agosto de 2016

Donde el viento silba nácar


Uno de los amigos más antiguos que tengo no es de mi edad. En realidad, era uno de los amigos de mis padres, de la playa. Cuando yo no era más que un crío y las vacaciones duraban una eternidad, cada verano solían coincidir las mismas personas, los mismos matrimonios con niños, y a lo largo de los veranos se fueron fraguando relaciones de amistad muy sólidas. Se hacían grandes reuniones, de padres con hijos, donde todos charlábamos con todos. Eran en general personas amables, gentiles y divertidas. Aunque los niños congeniábamos con todos, siempre había algunos adultos más atrayentes para nuestros ojos. Y de entre ellos, Pepe era una figura magnética. Perecía como si lo rodeara el misterio.
José García Pérez, Pepe, a la vuelta de todos estos años, ha sido de todo. Pero en aquellos últimos años setenta en que España se movía incierta en los primeros caminos de la democracia, Pepe fue diputado en Cortes Constituyentes. Para mi madre era “Pepe el diputado”. Este hecho le convertía en una figura atrayente en general, pero para un niño que empezaba a tantear la adolescencia y a querer conocer más cosas, era alguien mucho más poderoso. Y Pepe, haciendo uso de su temple de maestro, siempre estaba dispuesto a atender largamente mis demandas, con charlas muy interesantes y muy entretenidas.
Donde el viento silba nácar es un lugar poético, pero vivido, imaginado por Pepe, entre las dunas, el Atlántico y los pilares de El Abanico. Ahí están encerrados muchos de aquellos momentos. Habitan en él, además, fragmentos de verano de mi última infancia, mi adolescencia y madurez; algún pedazo de invierno adolescente; bicicletas, recuerdos con mi padre, mi madre, hermana, amigos; dudas, escarceos y mentirijillas. Es un lugar mágico y envolvente, que me posee, y en el que encajo como la última pieza de un puzzle. Así está descrito en sus libros, que, aunque él no lo sabe, yo atesoro cuidadosamente.
Este año, por las razones que sean, no ha podido comparecer aquí donde el viento silba nácar. Y no vamos a poder charlar y cambiar impresiones. La sola presencia de su figura alta y desgarbada ya se echa de menos. Y aunque el silbo de ese viento trae ecos de muchas ausencias, y las iridiscencias del nácar están cada vez más oscurecidas por muchedumbres desordenadas y construcciones groseras y desaprensivas, ese lugar persiste en la memoria y en el presente, y renace cada año con nuevos impulsos de historias y vidas. Pero hoy se ve más empequeñecido por la ausencia de Pepe, que sólo puedo desear que sea pasajera.


3 comentarios:

El copo de pepe dijo...

Gracias, Javier. Años inolvidables que has sabido fotografiar fenomenalmente.
Un fuerte abrazo.

Javi dijo...

Gracias a ti por todo. No sólo espero, sino que quiero volver a verte por aquí. Un abrazo.

Javi dijo...

Gracias a ti por todo. No sólo espero, sino que quiero volver a verte por aquí. Un abrazo.

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