Al
escuchar los pasos de su padre subir las escaleras ya sabía lo que vendría
después. Ni se preocupó en disimular. De hecho, la mochila estaba abajo. El ya
sabía que tenía que hacer los deberes. No sabía muy bien por qué o para qué.
Solo sabía que tenía que hacerlos, y que no le apetecía.
-
Tienes que hacer los deberes
-
Ya, pero es que no quiero.
-
Pero es que tienes que hacerlos.
-
Pero es que yo quiero jugar.
-
Ya jugarás después.
“Después”.
La palabra terrible. Todo va a ser “después”, y al final no pasa… ver la tele,
ir al cine, jugar con los legos, salir a jugar, ir a casa de Pablo… ¿A qué
tantos deberes después de estar todo el día en el cole; para cuando voy a jugar
con los legos, para cuando termine los deberes, que son el cuento de nunca
acabar?
No
se inmuta de momento y sigue con sus juegos.
El
padre trata de no enfadarse y sin mucha convicción repite: “Tienes que hacer
los deberes”. Se da la vuelta y baja las escaleras. Cada paso le suena como un
clavo hundiéndose en su convicción. ¿A qué tantos deberes después de estar todo
el día en el cole? ¿Cuando va a jugar con los legos, cuando termine los deberes
que son el cuento de nunca acabar? ¿Cuando haya crecido y jugar con los legos
ya no tenga sentido? ¿Cuando los asuntos vayan ya por otro camino y jugar con
los legos sea cosa de niños? ¿Cuando la ilusión del juego, del logro y de la
sorpresa ya no exista, no la recuerde? Entonces los legos ya habrán perdido su
sentido, si es que lo tienen, suponiendo que algo tenga sentido.
El
padre tropieza con la mochila que debía estar arriba y abierta. La mira.
-
Deberías estar haciendo los deberes.
En
casa de sus padres todavía hay cajas de legos. Las piezas están casi nuevas. Se
usaron poco en realidad. También hay una bolsa de tela que tejió su abuela y que
tiene canicas dentro. Y un Scalextric cuidadosamente guardado, que solo se
montaba en Navidad; se usó en pocas ocasiones a lo largo de años. Se
guardaba para después. Y al fondo del segundo cajón, un montón de historias que
inventar, pendientes a ser jugadas después de terminar unos deberes que al
final no sirvieron para orientar su vida posterior; no sirvieron para
convertirle en una persona más sociable, más entrante, más segura y confiada. No
sirvieron para después. No sirvieron para nada.
4 comentarios:
¡Qué fuerte! y más viniendo de una persona que se dedica a la enseñanza.
Todos hemos pasado por ahí.
Entonces se nos decía que había que estudiar para alcanzar una mejor posición en la vida, mientras que ahora cuando vemos a nuestros jóvenes bien preparados que tienen que emigrar para encontrar un trabajo por debajo de su preparación.
Difíciles momentos para padres, educadores y por supuesto para los jóvenes que tienen que estudiar...
Nunca se sabe por donde tirar, qué será en realidad lo válido, lo útil...
Pero por qué lo eliminas, hombre?
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