Llevo
tanto tiempo veraneando en La
Antilla que ya ni me acuerdo del principio. He conocido
chalets que ahora no existen, parcelas baldías donde ahora crecen chalets de
diseño, dunas blancas y prácticamente vírgenes, donde solo la cabañas de los
niños de mi pandilla alteraba su desarrollo natural.
Este
año es la primera vez en muchísimos años en que voy a vivir un tiempo en La Antilla en un apartamento
que no es el mío. Que no es el mío definitivo, vamos. Porque yo empecé viniendo
a La Antilla
durmiendo en casa de mis tíos, en El Abanico, a mediados de los años setenta.
Después mi familia alquilaba en los edificios Casamar, hasta que mi padre se
decidió a comprar un apartamento en las Torres Italia, que con sus altísimas
trece plantas parecían significar la llegada definitiva del desarrollismo a la
playa familiar que era La Antilla. Años
después, a comienzos de los ochenta creo, mi padre cambió nuestro apartamento
en los Italia por otro en El Abanico, que entonces era el centro neurálgico de
su diversión y de la mía: allí vivían un motón de amigos y conocidos.
Pues
desde entonces hasta hoy, si no recuerdo mal, siempre que he estado en la Antilla he habitado en ese
apartamento. Hasta el domingo. En los últimos años ya nos tenemos que turnar mi
hermana y yo en el uso del apartamento porque ya no cabemos todos. Y durante la
segunda quincena de agosto nosotros hemos solido no estar en La Antilla porque mi hermana
hace coincidir sus vacaciones en esa quincena. Nosotros unas veces hemos alquilado
en playas de Cádiz, y otras nos hemos vuelto a Sevilla.
Ese
año el plan era Sevilla, pero viendo que la mayor parte del personal que
conocemos, y, sobre todo, viendo que mis hijos tienen pandilla y edad para
disfrutarla, hemos hecho una búsqueda apresurada y un esfuerzo, y hemos
alquilado aquí. En el apartamento justo encima del mío. En el apartamento que
fue de José Luis (Pepelu) y Piluca; en el que luego alquiló durante mucho tiempo
Juanjo; en el que una noche al volver de marcha, Fernando MacGregor se tiró
encima la litera completa, despertando a toda mi casa…
El
actual propietario se esforzaba el otro día en mostrar las virtudes del piso, y
nos hacía notar lo fresco del salón si dejamos medio abierta la puerta de
entrada. No quise decirle que el pestillo pasador que todavía está en esa
puerta, aunque roto y sin uso, ya lo había puesto para ese fin Fernando, el
padre de Pepelu y Piluca, en los tiempos en que celebrábamos el cumpleaños de
Piluca con una enorme fiesta, cuando yo no tendría más de diez años.
1 comentario:
Sin tu saberlo estás marcando los recuerdos de Carlos y Ángel para dentro de unos treinta años, cuando iban a La Antilla a pasar los veranos, sin más objetivo que pasarlo en grande.....
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