Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

martes, 21 de enero de 2014

Losito Marrón y Minimono

 

Mi madre guardaba colgado en la barra del armario de mi cuarto mi antiguo osito de peluche. Estaba al final, detrás de donde están las camisas que nunca te pones y que se habían quedado pasadas y pequeñas hacía años. Metido en una bolsa de un centro comercial de Caracas, donde estuvimos seis meses en 1975. Desde entonces, o un poco después, no sé exactamente, el osito ha estado allí.

Supongo que mi madre lo guardaba con la idea de retener esos momentos de infancia que todos los padres añoramos o añoraremos de nuestros hijos. El tiempo de la inocencia y la candidez, de las risas sanas; el tiempo de disfrutar de los niños sin ambages, sin las complicaciones que va trayendo la edad. El tiempo de descubrir el mundo y en el que te sientes poderoso protector, guía hacia la vida.

Pero el tiempo no se puede retener.

Yo no sabía que el osito estaba ahí. De vez en cuando llegaba hasta la bolsa de plástico buscando algo, pero suponía que sería algo de mis padres. Y allí quedó.

Mucho tiempo después, cuando nació Carlos, ella recordó que estaba ahí. O quiso acordarse, quiso rememorar. Mi madre estaba entonces empezando su lucha contra el cáncer, y supongo que para ella fue un modo de aferrarse a la vida, a su vida, lejana, pero que ella mantenía pegada al alma, y que nunca volvería. O de proyectarse pensando que su hijo, ese al que a ella le gustaría tener todavía en brazos, todavía correteando a su alrededor, era ya padre. Yo, que jamás volvería a ser aquel niño (pero que en el fondo sigo siéndolo), no supe verlo entonces. Y no logré recordar al osito.

Mi hijo Carlos tiene un osito pequeño desde el mismo día que nació. Venía como adorno de un ramo de flores que le regalaron mis padres a Eva. Pero con tal puntería que fue su osito desde siempre y desde entonces hasta hoy aun duerme con él. Perdido su lustre, cosido y reparado mil veces, es su compañero fiel. Con Ángel no sucedió lo mismo; mantiene desde muy pequeño cierta fijación con dos pequeños peluches que vinieron de Ikea, pero no tiene un favorito.

Supongo que algún día ya no los querrán para dormir, y yo los guardaré como un pequeño tesoro, intentando, al igual que mi madre, retener esa infancia que se fue, y no sé si también la mía, mucho más lejana.

Aun sabiendo que quizá la única manera de retener el tiempo es vivirlo, vivir cada momento como si fuera el último, apurando cada segundo que pase con mis hijos de manera positiva, exprimiendo y dándome cuenta al mismo tiempo, de la infinitud de ese momento concreto.

Aunque creo que ni aun así lograré contener el paso del tiempo, ni el avance de las cosas, ni retener los retazos de vida que se escapan como destellos ante mis ojos, demasiado preocupados a veces por cosas que al correr de los años no tendrán sentido.


2 comentarios:

lucia dijo...

Me encanta javi

Javi dijo...

Me alegro de que te guste

Publicar un comentario