Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

lunes, 9 de noviembre de 2009

Una semana frenética (II: Haciendo ejercicio)

Desde hace unas tres semanas voy a recoger a Carlos en bici, con una sillita de esas de llevar niños sujeta detrás. A él le hace mucha ilusión y yo hago una pizca de ejercicio. A Ángel hay que recogerlo a las dos, así que de él se encarga Eva, que sale antes.
El tema es que ponerlos a montar en bici lleva rondando desde el verano, sin haber sacado nada en claro. El lunes, que nos fuimos al centro con el tandem y el carrito, mi hermana y mi padre estuvieron en daclaton buscando una bici y nosotros estuvimos pensando en que quizá deberíamos ir a ver si Carlos es capaz de mover alguna y darle a los pedales, que hasta ahora no ha demostrado que sepa hacerlo. Y por estas casualidades de la vida, a la vuelta del paseo en bicicleta, encontramos que Isabel, la vecina, tiene una bici pequeña en la puerta, con pinta de ser "despedida". Como pensábamos que la iba a tirar, Eva, que es más lanzada que yo en estos menesteres, le preguntó. El resultado de la entrevista fue que Isabel tenía para desprenderse de ellos dos triciclos, una bici con ruedines y un coche de pedales. Aparatos todos que terminaron en nuestros trasteros.
Así que dejamos pasar la semana (frenética por otras cosas) y el sábado por la mañana nos ponemos a montar. Carlos la bici con ruedines (que yo previamente había atornillado) y Ángel uno de los triciclos. Decepción total. Desesperación. Ninguno de los dos, por más que nos empeñamos, eran capaces de darle a los pedales. Empujándoles, moviéndoles los pedales con las manos, yo montando en bici alrededor de ellos… Nada. Yo pensaba en las hijas del Príncipe, que montan en bici desde que tenían dos años, y me preguntaba si sería la sangre real, o si es que mi sangre era más torpe. Total, que decidimos cambiar y probar con el otro triciclo y con el coche. Y de pronto se obró el milagro: estos si los movían. Sí le daban a los pedales, se movían, corrían… Felicidad y triunfo. Supongo que sería cosa del diseño. Total: el triciclo, que es pequeñito y pesa menos, quedó adjudicado para Ángel y el coche para Carlos.
Una vez descubierto el placer del pedaleo y el movimiento mecánico, no hubo forma de parar. Esa tarde fuimos a las explanadas de detrás del Fremap toda la familia (perros incluidos) con la flota de pedales. Y estuvieron pedaleando una hora sin descanso. Cogieron carrerilla y… y nostors de pateo. Y el domingo una hora por la mañana y media por la tarde.
Aunque no pase tiempo haciendo pijadillas (dibujos, manualidades, jugueteos con coches, etc) con los niños, esta semana no se puede decir que no les he echado tiempo.

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