Mi existencia reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato

jueves, 19 de noviembre de 2009

El lunes 16: euforia

El lunes fue un día muy completo, en donde hice un montón de cosas y finalmente redescubrí y caí en la trampa de los juguetes navideños.

Últimamente me noto muy activo. Debe ser por el deporte. Estoy tratando de hacer “alguna actividad física diaria” desde hace algún tiempo, y noto que me estoy poniendo más en forma, así que quizá sea por eso. No se. Lo cierto es que el lunes salí a correr a las 6,30 de la mañana, y llegué a aguantar dos minutos y treinta y siete segundos seguidos sin desmayarme y necesitar después asistencia médica. Seguidamente volví andando a casa, realizando mis ejercicios de calentamiento, para conseguir completar la friolera de nueve abdominales superiores perfectas.
Con esta carga de energía acumulada y sintiéndome en plena forma, me decidí a aprovechar un hueco de hora y media que tengo todos los lunes para comprar pilas para mi micro inalámbrico. Como me pillaba cerca me decidí por el Carrefour de Dos Hermanas (es que en las grandes superficies suelen vender paquetes de pilas de esos de pagas siete y te llevas catorce. Si os habéis fijado, suelen estar en las estanterías de al lado de las cajas, junto con chicles, tarjetas ipods y cosas de primera necesidad por el estilo) Pero el lunes en Carrefour no había pilas en las cajas: estaban todas en la juguetería, que ahora ocupa la mitad del establecimiento.
Y de pronto me vi rodeado por todas partes de coloridos juguetes que me llamaban como las sirenas a Ulises, pero yo transmutado en mis dos hijos simultáneamente, pensando en todo lo que a ellos les podría atraer. Y no hay freno consciente, te ves envuelto en una espiral de deseo consumista, de la que sólo puedes escapar de manera consciente y volitiva. Los pobres niños son victimas propiciatorias de este mercado navideño que ya en la primera quincena de noviembre ha empezado.
Al final, casi logré desprenderme de todos mis deseos, pero me deje llevar y dos pequeños juegos de construcción terminaron en el maletero de mi coche, junto con tres pares de calcetines y una crema adelgazante y reafirmante del estómago. (Es que esto de estar en forma y adelgazar, las estrías… Podéis imaginar la expresión de la encargada de la sección cuando después de preguntarle por la crema le pedí una mascara limpiadora de poros de la nariz… “metrosexual como poco”)
Tras todo esto, volví al insti, di dos clases más… llegué a casa, solté las cosas, fui a por Carlos en bici (como siempre: más ejercicio). A la vuelta almorzamos y a lo largo de la tarde (mientras que Eva y Carlos iban a nadar) me fue dando tiempo a poner una lavadora, corregir, escribir para el otro blog, confeccionar más exámenes y estar con Ángel.
Pero no había terminado el día ahí: vinieron mis suegros en el momento mejor: la cena de los niños. Eva había salido a pasear a los perros y me tocó preparar la cena: pizzas sincronizadas de atún, que enrollaron y tomaron medio bien. Pero a la vuelta del paseo Eva aparece diciendo que en la basura (al lado del contenedor) hay una maceta muy bonita con un poto… total que fuera a ver si me interesaba, y que si eso, la recogiera en coche. Pero cómo, yo, haciendo pesas como estoy, ¿cómo voy a necesitar coche para una maceta?, le repliqué herido en mi orgullo. La maceta era un macetón propio de comunidad de vecinos, y fue más fuerte que yo. Así que tuve que ir a por un carro que tenemos en la comunidad para estos menesteres y lo cargué con mi entrenada fuerza hercúlea. Ahora lucimos macetón tremendo en la puerta de casa, porque no soy capaz de subirlo por las escaleras hasta la terraza.
Total. Estaba eufórico, había completado un día tremendo de esfuerzo fisco e intelectual. Como premio, mi hijo Carlos, después de comer comenzó a recoger la mesa, y en una de las venidas a la cocina me dio inopinadamente un abrazo.

1 comentario:

smyluli dijo...

jajaja fuerza herculacea ;)

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