Hay un momento en la película Amadeus, y cito de memoria, en donde Salieri, cuando asiste al estreno
de Don Giovanni, explica en voz en off cómo notaba que cada nota, que cada
momento de la obra estaba escrito para él, y que él era el único capaz de
comprenderlo y apreciarlo completamente.
Pues salvando las distancias algo así me pasó ayer durante
un momento en el concierto de El gusto es nuestro: 20 años.
El espectáculo completo es un acierto y un disfrute para
el público seguidor de Víctor, Ana, Serrat o Miguel Ríos. El concierto está
perfectamente coordinado y planificado, y ellos, a pesar de la edad, están
esplendidos. Quizá Serrat un poco más cascado, pero sabe cubrirse perfectamente
tirando de simpatía y profesionalidad. Estuvieron geniales, con todas las canciones
que espera uno escuchar y alguna otra más.
Pues hubo un momento, en el inicio de los bises, en que Víctor
Manuel se marca una versión esplendida de Marcianita,
un rock ligero de mediados de los cincuenta de un argentino llamado Billy
Cafaro. Estoy seguro que casi nadie en el auditorio conocía ese tema, y yo sin
embargo me la sé entera, porque a mi madre le encantaba, y la canturreaba con
mucha frecuencia. Cuando de pie en mitad del personal cantaba yo solo con Víctor
el tema, sentí que yo era el único en el auditorio que estaba recibiendo toda
la emoción que podía transmitir esa sencilla canción, que vete tu a saber por
qué Víctor la habrá escogido.
Me hubiera encantado llamar a mi madre en ese momento, pero
ya no está. Eva estaba a mi lado y lo sabía. Pero ya no encontré a nadie a quien
llamar que disfrutase conmigo y entendiera mi alegría y mi sorpresa por la
canción. Cómo me hubiera gustado poder llamar a mi madre. No ha existido nadie
que confiara más en mi criterio y con quien mantuviera de ese modo complicidades
sobre música y, sobre todo, sobre cine.
Pero esa es otra de las cosas que se pierden cuando
alguien se va. No sólo es la persona, su compañía, su presencia. Son tus
propios recuerdos o la complicidad que mantenías. Y no hay un solo día que no
la recuerde y la eche de menos.
En fin, como colofón final con retruécano incluido de la
esplendida noche que pasamos, nos fuimos a un bar de karaoke por el Pumarejo,
donde me marqué Yo quiero ser una chica
Almodovar, una canción de corte tan clásico de Sabina, que mi madre estaba convencida
de que la melodía no era suya.
To my
mother with loving memories.
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